Conocí a Jean Le Boulch cuando visitó Lima a finales de los 90. Tendría 2 o 3 años y debo admitir que mis recuerdos de aquel encuentro son un poco difusos. Lo recuerdo más por las fotos e historias que me contaron, también por las clases de psicomotriz que teníamos religiosamente cada semana durante toda mi educación primaria. Es cierto, Le Boulch no llegó a enseñarme esas clases, pero el espíritu de su propuesta pedagógica estuvo inmersa en cada golpe de tamborín con el que fui explorando mi cuerpo a través del movimiento. Es cierto, también, que probablemente yo no comprendía los sentidos pedagógicos y filosóficos de estas experiencias corporales. Conocí a Le Boulch, en realidad, hace no mucho, a través de sus lecturas. No es poca cosa, para quien se dedica a la educación, leer a aquellos pensadores que marcaron los rumbos de la educación propia. En ese sentido, este texto entraña una relación especial con ciertas lecturas de la educación, es, de alguna forma, un texto íntimo que conversa con mi propia formación escolar y los lugares desde donde pienso hoy la educación.
Toda mirada de la educación remite a una reflexión filosófica de sí misma, en tanto se cuestiona por los sentidos del acto de educar. Para Le Boulch, la educación tiene como fin favorecer el desarrollo de la persona para que sea capaz de ubicarse y actuar en un mundo cambiante. Esto significa desarrollar conocimiento y aceptación de sí mismo, ajuste comportamental y autonomía para tomar responsabilidades propias del marco de la vida social. Asimismo, la Educación por el Movimiento planteada por Le Boulch introduce en el centro de la escolaridad el interés por el cuerpo. De este modo, critica las propuestas pedagógicas que piensan la educación desde una postura meramente intelectualista. Estas propuestas provienen de concepciones filosóficas dualistas (cuerpo y espíritu/alma) donde hay una subordinación del cuerpo a la mente, siendo esta última la que guía toda actividad corporal. Sin embargo, el cuerpo humano no es como un navío cuyo piloto es la mente. Le Boulch considera que, de hecho, no hay tal separación y que la persona es una unidad totalizante o indivisible. Las respuestas corporales implican respuestas mentales, por lo cual se necesita tanto del cuerpo como de la mente para constituirse como un ser. Así, la organización de la motricidad requiere de la utilización de las funciones psicomotrices tanto como de las funciones cognitivas, no reducibles una a la otra, sino en interacción continua. A través del movimiento, los niños y las niñas toman conciencia de sí, de los otros y del mundo. Esta forma de entender a la persona en su totalidad implica una educación que atienda tanto lo intelectual y lo corporal como lo afectivo y lo social. Lo que algunos llamarían ahora, una educación integral.
Esta visión holística de la educación concibe la formación del niño a partir de la relación de su cuerpo con el entorno y de la experiencia vivida a partir de ello. Le Boulch propone un aprendizaje basado en la experiencia, donde las niñas están expuestas tanto a situaciones reales como a situaciones problemáticas construidas por la maestra. A partir de estas situaciones pueden explorar por sí mismas y en relación con los pares, de ahí que algunas experiencias serán vividas de forma individual y otras promoverán el trabajo colectivo. La experiencia juega un papel fundamental en la formación de los niños y las niñas, pues para Le Boulch lo que se aprende depende esencialmente de las vivencias y del tipo de vivencias que se ha tienen, lo cual tiene mucho que ver con aprender en el hacer más que en el observar demostraciones o escuchar explicaciones de las maestras. Se aprende en la práctica.
Como mencioné anteriormente, uno de los fines de la educación para Le Boulch es el desarrollo de la autonomía de los niños y las niñas. En ese sentido, piensa la autonomía motriz como primer eslabón para la adquisición de la autonomía de cualquier persona. Así, se vuelve necesaria la consciencia, conocimiento y control del cuerpo propio, medio por el cual nos relacionamos con el entorno, para poder desarrollar el gobierno de sí mismos en nuestras distintas dimensiones. Le Boulch considera necesario que los niños y niñas se hagan cargo de su propio aprendizaje, para lo cual no solamente es necesario un desarrollo intelectual sino también aspectos motivacionales, ya que “la posibilidad de aprender no es el deseo de aprender”. De modo que, resulta importante que las experiencias educativas motiven a los alumnos a aprender, deben ser actividades que los involucren y comprometan, que los reten. De este modo, nos encontramos con el lugar que Le Boulch le otorga a las y los estudiantes en el proceso educativo: el centro. A diferencia de otras propuestas pedagógicas que giran alrededor de las materias y sus contenidos curriculares, de cómo lograr efectivamente transmitirlas a los niños, la propuesta leboulchina la da énfasis al niño y a sus necesidades e intereses. No es, entonces, la niña quien debe ajustarse y satisfacer ciertos modelos y alcanzar estándares de rendimiento impuestos por la institución escolar. Le Boulch sugiere cierta forma de violencia ejercida por la escuela sobre la personalidad en desarrollo de los niños y las niñas, por lo cual, para conciliar el respeto por la autonomía de la persona, la experiencia educativa debe partir de la iniciativa del alumno.
La centralidad del niño en la educación escolar nos lleva a pensar en la posibilidad de una escuela democrática. Aquí podríamos trazar dos caminos, dos formas de entender una escuela de esta índole. Primeramente, una educación centrada en los y las alumnas, da la posibilidad de que participen en distintos procesos de toma de decisiones desde un nivel básico, el juego y las actividades en las clases, hasta un nivel más complejo, la organización de la vida escolar. La participación estudiantil en las decisiones pone en juego su autonomía, motivación y creatividad. Ciertamente, la escuela puede volverse un espacio de convivencia democrática donde maestras y estudiantes dialoguen, se pongan de acuerdo y asuman responsabilidades, sin que eso signifique hacer o decir lo que a uno le plazca. Siempre está el otro inmediatamente. Por otro lado, una escuela democrática también implica dar a todos y todas igualdad de oportunidades, aunque esto a su vez no implica que se deje de prestar atención a las particularidades de cada estudiante. Esa es probablemente una de las mayores complejidades de una escuela que pretende ser democrática, la coexistencia de la aspiración a la igualdad y la irreductibilidad de las diferencias.
Ahora bien, lo que Le Boulch propone es una educación humana en todo sentido. Desde la concepción de la persona como unidad indivisible hasta su centralidad en el proceso educativo. Las niñas y niños son sujetos de su propia educación, ya no son más objetos vacíos a ser llenados de conocimientos. Quizás hoy la batalla no sea esa, sino con aquellas voces que claman por la centralidad de la tecnología en la educación. Ya lo dijo Le Boulch hace mucho tiempo, hay que tener cuidado de, bajo el pretexto de modernización, utilizar “el último gadget de moda” priorizando la tecnología por sobre los sentidos del educar y las personas mismas. Al fin y al cabo, la educación es una especificidad humana, la tecnología es tan solo una herramienta que está al servicio de ella.
¿Seguirá siendo posible esa Educación por el Movimiento que nos planteaba Le Boulch?
¿De qué otra forma podríamos pensar el(los) movimiento(s) en la educación?
¿O, acaso, toda educación es movimiento?
Estas y algunas otras preguntas me fueron viniendo a la mente en este ejercicio de leer y escribir. No pretendo, ya lo dije, que este texto sea un fiel reflejo de toda la obra de Le Boulch. Es, más bien, un ensayo de mi propia lectura e interpretación de aquellas ideas que resuenan en mi cabeza y que se materializan día a día en el esfuerzo y reinvención constante de las maestras y maestros del Colegio Jean Le Boulch. Hoy se cumplen 19 años desde que Le Boulch no está más aquí, se cumplen muchos más desde que plasmó sus ideas en los libros que inspiraron este texto. A veces parece mucho tiempo y sucede que vivimos en un mundo que clama por la innovación educativa constante. Pero, otras veces, cabe recordar que el acto de educar versa entre el pasado y el futuro, entre lo que vale la pena legar a las generaciones venideras y las posibilidades para construir un mundo mejor. Tal vez, hoy más que nunca, cuando todo el mundo parece estar detenido, es un buen momento para pensar la actualidad de una educación por/desde/para/con/en el movimiento.
Bibliografía:
Bravo, Silvia & Bravo, Aurora. La educación por el movimiento. Del niño armonizado al adulto realizado. Manuscrito no publicado.
Le Boulch, Jean. 1984. La educación por el movimiento en la edad escolar. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
Le Boulch, Jean. “El lugar de la Educación Física en las Ciencias de la Educación”. En Actas del I Congreso Argentino de Educación Física y Ciencias, 39-91. La Plata: Universidad Nacional de La Plata, 1993.
Le Boulch, Jean. 1995. El desarrollo psicomotor desde el nacimiento hasta los 6 años. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.
Le Boulch, Jean. 2001. El cuerpo en la escuela en el siglo XXI. Barcelona: INDE Publicaciones.
Le Boulch, Jean. 2006. Verso una scienza del movimento umano. Introduzione alla psicocinetica. Roma: Armando Editore.