No podemos negar que todos podemos hablar y opinar sobre educación. En estos últimos meses eso es lo que han hecho muchas personas. De la misma manera, todos podemos responder sobre educación, pero no todos podemos detenernos a hacernos preguntas sobre educación. Señalo esto no como una limitación cognitiva o intelectual sino como una falta de interés, para decirlo de alguna manera. Pareciera ser que hacernos preguntas, formularlas, nunca es nuestra primera reacción, sino que buscamos responder, mostrar de alguna forma que tenemos una explicación o solución a la situación en la que nos encontramos. A veces aquellos que sí se pueden hacer preguntas terminan ocupándose de contestar y contraargumentar, y la pregunta, una vez más, queda de lado.
Sin embargo, en un momento como este, más que nunca, es importante hacernos preguntas: es momento de expresar en voz alta las preguntas que siempre nos hemos estado haciendo en secreto: ¿Qué es realmente la educación? ¿Qué queremos enseñarles a nuestros alumnos y alumnas? ¿Cuál es el papel de las profesoras? El tridente de las preguntas sobre la educación, las preguntas que toda persona con interés en educación se hace o se ha hecho. ¿Son las únicas? Claro que no, es importante preguntarse la naturaleza del servicio de la educación ¿derecho, servicio social, o negocio?. Sin embargo, por el momento mi postura es que con las tres primeras preguntas se puede responder con menos dificultad la última o, dicho en otras palabras, dependiendo de cómo respondes las tres primeras se puede traslucir tu respuesta de la última (incluso me atrevería a decir que funciona en ambos sentidos).
Los siguientes párrafos son una muestra de mi entrada al tema educativo sin mayor pretensión que hacer preguntas. Toda afirmación se puede poner entre signos de interrogación pero por el momento son mis pequeñas certezas que he ido aprendiendo y descubriendo.
Mi camino empezó preguntándome por la enseñanza de la filosofía, con más precisión, por la enseñanza de la filosofía para niñas y niños. A medida que iba pensando y explorando dejé de un lado la filosofía como foco y empecé a hacer las preguntas generales. El texto de Alejandro Cerletti Enseñar filosofía: de la pregunta filosófica a la propuesta metodológica me sirvió como bisagra entre mi interés puntual y el mundo que es la educación. En su texto señala:
[S]i examinamos con detenimiento el asunto “enseñar filosofía” podremos distinguir tres cuestiones problemáticas, vinculadas fundamentalmente con:
- La delimitación de un campo teórico y textual (la filosofía).
- El reconocimiento de una actividad o una práctica singular (el filosofar).
- La posibilidad de introducir a otro en ese campo teórico y textual, y de iniciarlo en esa práctica (enseñar filosofía / a filosofar).
Estas tres cuestiones problemáticas que se dan en la enseñanza de la filosofía también se pueden plantear para la enseñanza en general, para la educación. Así, si sustituimos la filosofía por la educación y el filosofar por el educar, podemos saltar la valla y pasar de la enseñanza de la filosofía a la educación en general1. Utilizaré las distinciones que hace Cerletti para guiar mis propias preguntas y reflexiones
- ¿Qué es la educación? (La delimitación de un campo teórico y textual)
Es la pregunta del millón y probablemente la que siempre está siendo contestada por alguien incluso ante la ausencia de la pregunta. ¿Cuándo podemos decir que alguien ha sido educado? ¿Cuándo podemos decir que alguien ha tenido una buena educación? Por lo general siempre es un referente el lugar donde ha estudiado la persona (país, ciudad, colegio, universidad[es] y adicionales), pero ¿es suficiente con que alguien se haya graduado de un lugar para decir que ha tenido una buena educación? Si no es suficiente, entonces ¿qué elementos necesitaríamos tomar en cuenta para saber si la persona ha sido educada adecuadamente? ¿Son los saberes suficiente para determinar si una persona es educada o hay otros elementos necesarios? Esto abre el propio concepto de educación: ¿de qué saberes esta conformada la educación?
Creo que se puede decir que existen muchos tipos de saberes o muchos contenidos a los que podríamos denominar saberes. Aquí no solo tendría lugar mencionar los saberes cognitivos o intelectuales que se aprenden estudiando sino algunos otros saberes que responden a experiencias que abarcan más que lo cognitivo. Incluso podríamos agregar que no se puede aprender todo, se puede intentar, y la posibilidad de discernir qué es lo que se debe/tiene que saber aparece. Es acá donde las preguntas se vuelven más complicadas: ¿cómo determinar que es lo que se tiene que enseñar?
¿Se tiene que enseñar lo mismo en todos lados? Hace ya varios años, alrededor de 50, el factor multicultural se empezó a tomar en cuenta en la reflexión sobre la educación, no con la misma seriedad y eficacia en todos lados, pero se puso sobre la mesa y abrió la posibilidad de pensar cómo es que se arma una currícula. La cantidad de horas destinadas a ciertas materias debería ser igual en todas las sociedades o incluso en distintas partes de un mismo lugar (pensemos en las diferencias del Perú). ¿Entendemos la educación escolar como una constelación de saberes generales y básicos que están más allá del contexto del alumnado o acaso la educación debería implicar cierta relación con el contexto donde se enseña y aprende? Es una pregunta que provoca cuestionar si acaso se podría hacer ambas cosas. De por sí no todos los egresados del colegio han cubierto los mismos temas, hay colegios que hacen más énfasis en letras, otros en ciencias. Los contenidos que se enseñan, además de estar determinados por el currículo nacional, quedan al criterio del colegio y sus docentes. Me atrevería a decir que es más fácil enseñar lo que te dicen sin someter a un escrutinio minucioso a cada materia, pero con toda la carga que de por sí tiene un docente (pensando más en el de colegio público que privado) se puede entender.
Así, entre paréntesis surge otro criterio que he empezado a considerar que no puede estar ausente cuando se discute sobre la educación: la diferencia entre la educación pública y privada. No es lo mismo hablar de colegios o educación pública y educación o colegios privados. Incluso para hablar de colegios privados tendríamos que hacer subdivisiones entre los que pertenecen a instituciones (religiosos, FFAA, policía) y los privados “laicos”2 (sin fines de lucro, cooperativas, empresas). Entre los privados las diferencias se mantienen, no solo porque podríamos suponer que apuntan a públicos distintos, sino que sus criterios de educación estarían atravesados por diferentes variables. No se puede suponer que las preguntas y respuestas en torno a la educación no son influenciadas por discursos institucionales que afectan qué valores se fomentan y la manera de hacerlo. Asimismo, se tendrían que tomar en consideración los niveles socioeconómicos a los que pertenecen y tienen como público dichos colegios. Dentro de esa división hay subdivisiones que marcan la propuesta educativa. Las preguntas que he ido balbuceando tendrían una respuesta distinta dependiendo del centro educativo al que le preguntáramos.
No sé si estas preguntas podrían ser contestadas, pero cuando todas las personas involucradas en la educación empecemos a ver las preguntas y las dudas como manera de enriquecer la discusión y no como obstáculos que dificultan la práctica será el momento en que se podrá pensar realmente la educación, y no sólo opinar y hablar sobre ella.
- ¿Qué es lo que (realmente) se enseña (¿o educa?)? (El reconocimiento de una actividad o una práctica singular)
¿Habrá una diferencia significativa entre enseñar y educar? Por inercia diría que sí, que no es casual que se usen en diferentes contextos y que, en ciertos casos particulares, se pueden dar en simultáneo. Se le puede enseñar un cuadro o una película a alguien, también se le puede enseñar a alguien hacer algo. Se educa en valores o con principios a alguien. Tal vez en estos ejemplos la enseñanza o educación no está inscrita en un contexto escolar sino en la cotidianidad, en cualquier relación entre alguien que enseña o/y educa y alguien que recibe. Sin contar que muchas veces lo que se quiere enseñar o/y educar no es lo que la otra persona aprende (como para seguir complejizando la actividad).
Si lo que queremos enseñar o/y educar no es lo que necesariamente se termina enseñando o/y educando, entonces ¿cómo se puede organizar la actividad? Una manera de empezar a navegar la pregunta sería plantear que en el aula, para ubicarnos en el contexto institucional de la educación, las clases, las actividades y la práctica, se organizan en torno a una temática. Hay alguna unidad o tema de una materia que se ha designado en una programación, la cual el o la profesora ha elaborado con anticipación para poder cumplir con los objetivos de la sesión y de la programación anual. Esta es una manera de enseñanza conocida para todos, pero no es todo lo que ocurre en el aula y no es todo lo que prepara el/la docente. Se toman en consideración estrategias que los alumnos tienen que aprender, hay un espacio para enseñar conceptos importantes y otro para su ejecución o elaboración. Podríamos decir que es dentro de la clase y en sus secuencias, donde se da la educación. O una educación.
No podemos olvidar que hay una educación que no puede ser dirigida sino que, podríamos decir, es (de)mostrada. Nociones como compartir, paciencia, diferencia, justicia, igualdad, equidad no pueden ser abordadas solo desde un aprendizaje intelectual sino que tienen que ser experimentadas y vividas. Agregaría que la posibilidad de que sean acompañadas por alguien y que sean entendidas es parte de enseñar y educar. Incluso, además de estos conceptos o nociones que están intrínsecamente ligadas a la vida en comunidad, hay algo que es crucial poder enseñar y que, a la vez, es la base de la educación: preguntar.
Organizar la actividad de educar no es tarea sencilla, por eso el currículo nacional se discute y cambia. Se describen las competencias, las capacidades, los estándares de aprendizaje, desempeños y sus enfoques transversales. Cada una de estas categorías son importantes como guía e incluyen en sus distintos niveles la importancia de preguntar. Tal vez el currículo nacional no sea el lugar para hacer la pregunta acerca de cómo le enseñamos a los alumnos a preguntar. Está presente como una capacidad y se reconoce como un indicador si saben o no formular preguntas, pero ¿no debería ser el preguntar parte del núcleo, siempre presente, de la educación?
Esto último lo digo a partir de mi propia aproximación a la filosofía con niños, donde la pregunta se vuelve lo central, más que las respuestas y las certezas. Poder sostener la pregunta, para los alumnos y docentes, podría significar una experiencia distinta a lo que normalmente entendemos como enseñanza y educación.
- ¿Qué es un profesor? (La posibilidad de introducir a otro en ese campo teórico y textual, y de iniciarlo en esa práctica)
Esta es mi pregunta favorita. Enseñar es una posición, además de una profesión, romantizada, desvalorada y exigente, de la que siempre se dice mucho. Los propios maestros construyen una serie de discursos, pero también los que no lo somos construimos otros y buscamos ubicar a los maestros en un lugar particular. Dentro de todo lo que se dice lo que más me impacta es la noción de que un profesor es un “facilitador del aprendizaje” y no lo digo porque le quita protagonismo a los docentes sino porque disminuye su dimensión de acción, lo que significa aprender, enseñar y educar. Lo que decimos de los maestros refleja una posición sobre la educación, colegios, etc.
Un profesor es alguien que mira de manera distinta a sus alumnos, su relación con ellos y con lo que tiene que hacer. Todos podemos opinar de la formación base que se les da y ponerle muchos peros (y es algo que siempre hacemos). Se trata de una formación que aparenta centrarse mucho en las formas y contenidos. No se puede generalizar pero sí señalar una clara tendencia: es una formación para hacer. Sin embargo, educar no solo es hacer. Buena parte de lo que se hace es pensar qué se va hacer, la programación y planificación. Este detrás del telón es lo que probablemente ocupa más tiempo del día a día de los docentes, junto con todo lo que necesitan para poder llevar acabo la clase (programar, planificar, elaborar material, corregir, evaluar). Y estas clases nunca se dan en las condiciones ideales que un docente puede imaginar.
Es justamente este enfrentamiento a lo inesperado lo que creo le da su carácter particular a la profesión. “Esperar lo inesperado” podría ser el lema de la pedagogía, por mucho que se planifique y se prepare, siempre aparece algo (desde una pregunta que abre puertas impensadas hasta una pandemia). Diría que justamente la posibilidad de utilizar o replantear a partir de lo que surge en el momento es una de las características más valiosas de un maestro. Precisamente esa habilidad no se está apreciando en estos días, mientras se pide, incluso exige, que se mantenga una lógica de aula que no tiene sentido en nuestro contexto.
Estamos en un momento en que todo lo que hace un profesor detrás del telón pasa a primer plano, en donde se puede apreciar su dimensión pedagógica para replantearse su lugar y su función. Ahora, ¿cómo se enseña o educa eso? Tal vez se puede empezar haciéndonos preguntas.
Colofón
En una primera versión este texto era un conjunto de preguntas agrupadas por temas, era lo único que tenía y hasta ahora las tengo. Sin embargo, creo que era importante para mí ir intentando plantear algunas respuestas que sirvan de guía para mi propia reflexión. Tal vez muchas de estas preguntas o reflexiones sean obvias pero en momentos de crisis a veces es importante cuestionar lo obvio y preguntarnos si sigue siendo válido.
Mientras todos estamos intentando volver a situarnos y acomodarnos en este contexto tan particular, tenemos que enfrentarnos al hecho de que lo que antes hacíamos tiene que ser puesto en signos de interrogación. En el mejor de los casos no tenemos que modificar muchas cosas o tal vez todo tiene que cambiar, pero el ejercicio, la actitud de cuestionamiento, es un acto pedagógico necesario.
Notas
1 Delimitar una disciplina no implica necesariamente que no se pueda ir más allá o no se pueda pasar a otra disciplina. Como plantea Wittgenstein en Investigaciones Filosóficas §499 “Si yo rodeo un lugar mediante una valla, una línea o de alguna otra manera, puede que esto tenga el propósito de no dejar que alguien salga o entre; pero también puede que forme parte de un juego y que el límite tenga que ser saltado por los jugadores; o puede indicar dónde termina la propiedad de una persona y empieza la de otra; etcétera. Así, pues, si trazo un límite, con ello no se dice para qué lo trazo”.
2 Pongo laicos entre comillas porque el énfasis no es en si hay una participación en el discurso religioso sino porque no responden (necesariamente) a un discurso externo salvo al de las propias familias y el mercado.
Bibliografía
Blake, N., Smeyers, P., Smith, R., & Standish, P.. (2003). Blackwell guide to the philosophy of education. Oxford: Blackwell Publishing Ltd.
Cerletti, A. (2008). Ensinar filosofia: da pergunta filosófica à proposta metodológica. En Filosofia: caminhos para seu ensino(pp. 19-42). Rio de Janeiro: Lamparina.
Peters, M. & Stickney, J. (2018). Wittgenstein’s education: ‘A picture held us captive’. London: Springer.Wittgenstein, L. (2009). Tractatus lógico-philosophicus, Investigaciones filosóficas, Sobre la certeza. Madrid: Gredos.