Filosofía (Entre Paréntesis), Reflexiones

Educación virtual en tiempos de crisis I

Al inicio de la cuarentena, decidimos reunirnos tres personas con distinta formación (psicología educacional, pedagogía y filosofía) para pensar en conjunto las transformaciones que atraviesa la escuela en estos tiempos de crisis y de virtualidad forzosa. En este ejercicio de diálogo y pensamiento, que se extendió por más de dos meses, nos movieron una serie de preguntas que buscaban poner en cuestión lo que parecía venía dándose como un proceso naturalizado de transición a la virtualidad. A lo largo del diálogo se han puesto en juego distintas formas de pensar la escuela que han interactuado con las posibilidades y desafíos de la situación actual, y con el paso del tiempo han ido tomando forma algunas ideas y otras quedando atrás. Ha sido un ejercicio de pensar la práctica, de conocer, desconocer y reconocer una serie de particularidades propias de la absoluta novedad de este contexto. Compartimos este intercambio en dos artículos que, más que respuestas absolutas o soluciones definitivas, relatan los movimientos en el pensamiento y algunas ideas preliminares, que pueden ser inicios para seguir (re)construyendo la escuela en estos tiempos.


1. Sobre la transición al nuevo medio: el problema del currículo y el enfoque de competencias

La crisis actual ha supuesto una serie de cambios que nos han afectado a todos de manera diferente, y la escuela no escapa de ello. De un día para el otro las escuelas se vaciaron y a la siguiente semana todas estábamos encerradas en nuestras casas. De ahí hasta ahora han sucedido una serie de cambios, idas y venidas, incertidumbres y largas discusiones en torno de la nueva y paradigmática educación virtual a distancia. Nos preguntamos si este cambio de modalidad se está dando como una adaptación a un nuevo medio o un nuevo diseño educativo, y cuáles son las implicaciones de esto respecto al currículum nacional y el enfoque de competencias. Para los tres, la situación evidencia los problemas del modelo educativo tradicional y la necesidad de cambios. Alejandra se muestra entusiasta frente al cambio de modalidad, señalando ciertas potencialidades del medio virtual. José María y Vania señalan algunas críticas hacia la excesiva confianza en este y la capacidad real del sistema educativo para adaptarse al mismo. Para José María, el problema está en intentar trasladar el modelo educativo tradicional al nuevo medio, cuando lo que se necesita es tomarnos un tiempo para repensar la idea de escuela: “este modelo de reproducción o adaptación de la educación tradicional, con sus tiempos y exigencias, a la virtualidad podría resultar nocivo, al no tener en cuenta las complejidades de la situación que atravesamos y cómo afecta a los chicos. En ese sentido, podríamos intentar pensar qué es lo que la escuela puede brindar desde la virtualidad a las niñas y adolescentes”.

Refiriéndose a Brailovsky, sostiene que el papel de la tecnología no es necesariamente negativo, pero requiere “una revisión crítica de su introducción en la educación”, en la que se ha de “pensar qué merece la pena educar en estos tiempos, los por qué y los para qué, para luego, pensar en los cómo”. Este cambio, entonces, no tiene que significar necesariamente un paso hacia adelante, sino también una pausa e incluso un retroceso, una reconsideración de “algunas prácticas pedagógicas que se han ido perdiendo con el ingreso de nuevas tecnologías pero que, no por eso, son obsoletas”, ya que constituyen “gestos mínimos que permiten que el acto de educar sea una especie de descubrimiento o de mostrar el mundo, gestos de hospitalidad que permiten acoger y recibir a los educandos”. Para esto, la idea de “humanizar las TIC’s” de Brailovsky resulta iluminadora: se trata de ”promover ejercicios de toma de apuntes, abrir un libro y mostrarlo a la cámara para compartir un fragmento y conversar, proponer juegos de escritura en espacios digitales, procurar que la comunicación a través de foros y otros medios virtuales se parezca en lo posible a un texto situado (una carta, un relato personal), etc. (Brailovsky 2020)”. En efecto, José María no cree que el medio virtual sea negativo en sí, sino que “hay muchas estrategias propias de la escuela ‘tradicional’ que pueden ayudar a recuperar la materialidad y combinarse con los elementos tecnológicos, así quizás podamos romper un poco la frialdad de estos entornos y convertir la distancia en presencia, atención…”.

Alejandra comparte la crítica al modelo educativo tradicional, señala que ve la crisis actual como una oportunidad para la reflexión aclamada por José María, tal vez incluso para pensar un nuevo diseño educativo más acorde al mundo actual y futuro, y que, a pesar de que los primeros intentos con la nueva modalidad no fueron los más acertados, tiene “un profundo entusiasmo de que los maestros estamos despertando esta necesidad muy propia de volver al origen de la palabra enseñar (necesidad que tal vez había sido opacada por lo voraz de un sistema que no permite detenerse) y que, hoy más que nunca, tenemos la oportunidad de satisfacer para volverla una realidad”. Además, nos cuenta su experiencia y la de sus alumnos, algunos de los cuales aseguran que la modalidad virtual y las herramientas que presenta tienen buenos efectos en su nivel de atención, disfrutan los temas discutidos, están entusiasmados por trabajar temas relacionados al contexto, y que se llega a recrear el ambiente escolar en este medio, con sus debates, intercambios, sonrisas y bromas. La clave está, según Alejandra, en pensar las estrategias y dinámicas de tal forma que se aprovechen las ventajas del medio sin anular  “el protagonismo de la esencia de la actividad”, generando “espacios educativos que involucren al alumno a tal punto en el que las pantallas vayan pasando desapercibidas”.

Por otro lado, Vania señala que, en condiciones idóneas, esta podría ser en efecto una oportunidad plena de reflexión, pero debido a las condiciones actuales y particulares al Perú, es difícil pensar el cambio de modalidad como algo más que una delicada adaptación, sino un “intento de salvar el año”. “Las clases online no anulan el esfuerzo ni de los maestros ni de los alumnos, pero sí los cambian cualitativamente y creo que no podemos negar las condiciones materiales por el entusiasmo o esfuerzo que algunos pueden tener”. En efecto, lo abrupto, apresurado y demandante del cambio no deja el tiempo necesario para una reflexión profunda de la situación y sus posibilidades, aunque “tal vez esta necesidad externa de cese que posa la pandemia del COVID-19 podría ser el momento preciso para detenernos y pensar sobre los modelos educativos”. Si bien duda “que esta pausa pueda darse a nivel institucional y desemboque en un cambio a gran escala”, también cree “que puede -y de hecho se está dando- a nivel particular, lo cual no deja de tener consecuencias prácticas, pero sí limita sus alcances”. Para Vania esta no es una mirada pesimista, sino una que admite la dificultad del escenario: “se trata de avanzar sobre la práctica, reconociendo las limitaciones de esto, sobre todo en un contexto donde la incertidumbre que siempre ha caracterizado a la experiencia no puede ser negada tan fácilmente como antes”. Vania también cree que esta situación evidencia los límites del modelo tradicional educativo y demanda transformación, pero una reflexionada, en la misma línea de José María, no un mero avance mecánico: “La clave aquí es el criterio para ver qué queremos mantener -buscar la manera para hacerlo y adaptarlo al medio virtual- y qué podemos dejar ir”.

Frente a esta apreciación, José María encuentra en Bárcena una pista, en tanto “piensa en ambas dimensiones, la educación como el proceso y resultado de una serie de acciones y como una especie de acontecimiento, lo que le pasa a uno durante esa (trans)formación (2016: 45)” y señala que “esa forma de entender la educación como acontecimiento, podría permitir pensar lo que se es y se está haciendo, evitando que el enseñar se convierta en un proceso mecánico y repetitivo”. En efecto, el ejercicio educativo siempre implica la articulación del presente, lo dado, y el futuro, lo posible, “porque la educación, en tanto ejercicio filosófico, como dice Bárcena (2016: 47), es más que una relación con lo que permanece estable e inmutable, es siempre un vínculo con el devenir, con lo que es y lo que puede ser de otra manera”.  Precisamente debido a esto, la tarea de las maestras es reflexionar constantemente sobre su práctica, lo cual adquiere cierta urgencia en un proceso de cambio como el actual: “debemos ser susceptibles a los efectos producidos, las dinámicas de interacción y la retroalimentación de las estudiantes, para a partir de esto pensar constantemente cómo esta educación que se está dando en la virtualidad se articula con la manera en que concebimos la escuela más allá de esta crisis”. Para esto, “es necesario escuchar a los niños y niñas, madres y padres, generar espacios de intercambio y reflexión docente y estar conscientes que la educación, en tanto especificidad humana, es un proceso siempre inacabado”. Como sugiere Brito (2020), de algún modo, “este movimiento de cambio puede resultar un ejercicio útil para imaginar de qué modo la escuela reinventa las operaciones y […] puede colaborar en la visibilización de aquellas condiciones materiales y simbólicas de las escuelas que subrayan la desigualdad social existente y que exigen otro modo de intervención”.

Alejandra también admite que hay cierto miedo por la interrupción del proceso educativo: “Sé que nunca dejamos de aprender. Se aprende de todo y todo el tiempo, de experiencias, de personas y más aún de esta coyuntura. Sin embargo, ¿en dónde quedan las competencias, el currículum, los desempeños?”. Nos explica, basándose en Tobón, que “el objetivo de este enfoque es buscar que las personas se apropien de los saberes y los apliquen en acciones concretas con idoneidad y responsabilidad”, lo cual presupone una noción de la educación como aquello “que realmente nos prepare para enfrentar cualquier tipo de realidad”. Debido a esto, el enfoque puede adaptarse exitosamente al cambio de modalidad: “parecería lógico y sencillo adaptar el proceso de aprendizaje y utilizar como catapulta el contexto complejo que envuelve al mundo”. Se trata de “encontrar el camino para viabilizar las competencias y desarrollarlas aún de manera más significativa tratando de luchar contra las distancias y buscando, temporalmente […] acercarnos a esa escuela entendida como agente de socialización”. Para esto, también recalca la importancia de la observación, reflexión y comunicación, atenta y empática, con los estudiantes. Parte de la responsabilidad de los maestros consistiría, entonces, en ”no parar de generar espacios de reflexión pedagógica entre educadores y afines, pues las miradas de otros, las sugerencias, las propuestas, el intercambio y creación de nuevo material pueden alimentar esta necesidad que existe por atraer a los estudiantes y hacerlos sentir no solo oyentes en una clase, en la que es muy sencillo perderse, sino actores de estos procesos, prestos a apropiarse y reconstruir, con entusiasmo, el conocimiento”.

Justamente, José María tiene muchas dudas en cuanto al enfoque de competencias, en tanto la educación “puede ser concebida, en palabras de Paulo Freire, bien como una forma de reproducir y mantener determinado status quo o bien como una posibilidad para la transformación de la sociedad”. El enfoque de competencias concibe la educación de la primera forma, y es bastante popular: “¿quién no estaría conforme con un tipo de educación que forme personas con cierto dinamismo y flexibilidad para adaptarse a este mundo incierto?”. Si el mundo actual muestra el papel central de la tecnología, entonces, las competencias deberían permitir adaptarnos a ella, mas José María piensa que esto “es inconsistente con la función social de la escuela”. Vania también se muestra crítica frente a la primera forma de entender la educación y señala sus dudas respecto a la adaptación del enfoque de competencias al medio virtual ”ya que involucra objetivos, indicadores, y medios específicos para realizarlo, lo cual implica un planeamiento detallado”. Frente a esto, propone que “el modelo de educación como cuestionamiento, […] es de hecho más sencillo de adaptar a la modalidad a distancia, ya que tiene pretensiones menos ambiciosas, cuya realización siempre ha sido pensada como inherentemente vinculada al contexto, en vistas de su transformación”.

2. Sobre la comunicación, las relaciones, el aprendizaje y las habilidades en juego en el medio virtual

También nos preguntamos sobre los efectos del cambio de modalidad en nuestra comunicación y relaciones con los alumnos, así como su proceso de aprendizaje y las habilidades puestas en juego.

Estamos de acuerdo en que la comunicación entre maestros y alumnos se ve ciertamente afectada por el cambio espacial-corporal que supone el paso a la modalidad virtual. Vania señala que esto afecta “nuestra percepción de las actitudes y reacciones de los estudiantes a las clases”, las cuales “son vitales como retroalimentación de lo que proponemos como maestros” y el medio virtual supone un reto, ya que “estamos acostumbrados a que se den en el momento mismo, y poder hacer las modificaciones necesarias”. Alejandra apoya esta opinión, señalando que “es imposible saber cómo están todos, si realmente se están sintiendo bien. Frente a la cámara aparentemente pueden mostrar su estado de ánimo o sus sentimientos; pero no es suficiente”, lo cual contrasta con la interacción en el espacio de la escuela, donde “existen espacios en los que sin la necesidad de hablar podemos notar cómo está un alumno y el acercarse, mostrar confianza y estar dispuesto a escucharlo”. José María, por su parte, nos recuerda que estas formas virtuales de interacción no son del todo nuevas, sino que se han venido instalando poco a poco en la escuela, con la integración de soportes como la intranet, el correo, etc., y resalta, haciendo eco de Byung-Chul Han y Kafka, el carácter fantasmagórico de las mismas, debido a su frialdad y distancia.

Sin embargo, esto no implica que la comunicación se vea anulada, sino que demanda nuestra reflexión y adaptación. Alejandra resalta que la relación maestro-alumno es clave para la educación y que, por eso, debemos preocuparnos por el aspecto afectivo en el medio virtual. “Es allí en donde este medio educativo virtual exige entregar más tiempo y prestar especial atención a los alumnos durante las sesiones virtuales y utilizar las herramientas digitales o los canales de comunicación para mostrar cercanía en la medida de lo posible”. José María apoya esta idea, resaltando que “es necesario redoblar esfuerzos y buscar formas distintas de acercarse, prestar atención, acoger, escuchar, tomar en cuenta. Son gestos mínimos […] que sí logramos transmitirlos más allá de la pantalla”. En ese sentido, Alejandra comparte algunos ejemplos de cómo tratar lo afectivo en las sesiones virtuales: “Intento todo el tiempo empezar mis clases preguntándoles cómo están, cómo se sienten, […] tratando de transmitir una preocupación real. El apoyo de Angie, la psicóloga, por ejemplo ha sido fundamental en muchos”.

Vania afirma también que, en el contexto actual, el papel del docente cambia a ser un  “gestor o diseñador de la experiencia educativa […] que tiene que tomarse el tiempo para pensar este cambio de medio y la […] adaptación al mismo”. No obstante, José María cree que el papel del docente no se puede reducir a esto, sino que “enseñar exige ese gesto de invitar a ver el mundo, a explorar, a pensar, a conocer. Exige también una serie de formas de relacionarse con las estudiantes, que van más allá de las materias”. Alejandra coincide con José María, y reconoce que, justamente por eso, el maestro es un “dinamizador”, cuya tarea implica “encontrar el chispazo que encienda todo el proceso que desencadene el maravillarse, el material diferente, el texto preciso, la dinámica adecuada para el tipo de grupo con el se trabaja es la parte primordial no de todo el proceso educativo, pero sí del arranque del mismo”. Esto es lo esencial del papel del maestro y no cambia en el medio virtual, sino que se complejiza y exige nuevas estrategias. Alejandra sostiene que “si brindamos herramientas novedosas, […] que permitan que los estudiantes no solo tengan que responder lo que el profesor pregunta, sino que puedan ser parte de la clase desde la escritura, la voz, la fotografía, los videos o incluso desde los gestos será más sencillo para ellos sentirse atraídos hacia lo que la sesión puede ofrecerles”. José María piensa que esto se parece a una idea de Kohan: “Él habla de componer una experiencia, porque el trabajo que realiza la maestra se parece mucho a la composición de una obra que hace un artista, al poner en juego minuciosamente distintos materiales, técnicas, colores, ideas, imaginación, etc.”, y señala que “tal vez en el medio virtual cobra mayor importancia, porque hay que ser especialmente cuidadosas con las elecciones que se hacen”.

Asimismo, según Vania, en el medio virtual la relación con los alumnos se vuelve ”más personal (uno-a-uno)”. José María nos ayuda a matizar este retrato: “Por un lado, podría ser más fácil atender la singularidad si es que lo pensamos desde las actividades asincrónicas y la posibilidad que estas brindan de tomarse el tiempo en cada alumno y dar la respectiva retroalimentación. Por otro lado, en las sesiones sincrónicas es más difícil prestar atención a cada uno de los alumnos, porque hay que estar pendiente de más elementos para controlar la plataforma”, complicando “la interacción uno a uno entre maestra y alumna”.

Respecto al proceso de aprendizaje y las habilidades en juego en este, todos reconocemos que el medio virtual tiene tanto potenciales como limitaciones, los cuales tenemos que explorar. Por ejemplo, para Vania, este medio puede obstaculizar el manejo de la frustración, en tanto facilita que los estudiantes simplemente eviten situaciones desafiantes, en vez de enfrentarlas, ya que tienen herramientas como “simplemente salir de la sesión, dejar de hacer las actividades, etc.”, acciones más difíciles de realizar cuando estamos frente a frente, en el mismo espacio físico. Alejandra, por su parte, se muestra preocupada por el manejo de los alumnos de las tecnologías, ya que muchos “no se sienten cómodos con este nuevo ‘orden’ en las clases virtuales y se pierden entre códigos de acceso, links y a veces conexiones lentas de internet”, generando que “solo estén frente a una pantalla escuchando clases sin poder tener la opción de participar y que, por ejemplo, los que aún no se sienten seguros para hacerse escuchar en las sesiones online se queden en silencio”. Asimismo, otros “sufre[n] para concentrarse con tantos estímulos a su alrededor, por ejemplo, de su habitación”.

Por otro lado, según Alejandra, el medio virtual puede potenciar la participación, incluso de estudiantes que no suelen participar en el espacio de la escuela, para los cuales las herramientas digitales (como el uso de chats, la posibilidad de presentar trabajos en privado, etc.) pueden ofrecer cierta distancia cómoda y discreción que los ayuda a deshinibirse.

Otro aspecto importante a discutir es el tema de la autonomía. Nos preguntamos si acaso la autonomía es un requisito para la educación virtual o, más bien, una de sus posibles consecuencias. Pensamos que este problema no tiene una respuesta simple, ya que no se trata de que aquellos con una autonomía poco desarrollada se vean imposibilitados de enfrentar una educación en el medio virtual, pero esta tampoco asegura necesariamente el desarrollo exitoso de la misma. No obstante, Vania resalta que “en este contexto se verán claramente las consecuencias de no adoptar tales actitudes, lo cual puede ser una fuerte motivación para que se hagan”. En un tono más optimista, Alejandra sugiere que un uso de estrategias adecuadas al medio por parte de los maestros puede servir como “motivación” para “fortalecer su autonomía”, en tanto los estudiantes, “al experimentar, entender, lograr, participar podrían sentir la seguridad para actuar por sí mismos y [esto] sería el inicio, para algunos, del desarrollo de la autonomía”.

Debido a todo esto, según Alejandra, el papel los padres, madres y familia adquieren una importancia particular, ya que “los maestros tenemos barreras que escapan de nuestra voluntad o tiempo”. Vania agrega que la familia tendrá que adoptar responsabilidades que solían corresponderle a la escuela y maestros. Por ejemplo, respecto a las posibles dificultades en el proceso de aprendizaje, Vania sostiene que: “es difícil que los estudiantes admitan o reconozcan sus dificultades, los maestros suelen ser los que advierten en sus acciones o actitudes ciertos signos de alerta. Por eso es vital el trabajo conjunto con los padres, quienes sí pueden percibir esas reacciones y deberán comunicarlas a los maestros”.

Así, esta primera reflexión sobre el tránsito al medio virtual de la educación que estamos viviendo actualmente ha evidenciado el cuestionable estado de la educación previo a la pandemia y la articulación de los roles de los diversos actores involucrados en el proceso educativo. Concluimos señalando que por mucho tiempo nos hemos mantenido indiferentes a muchos problemas, hemos aplazado enfrentarnos a ellos, pero situaciones como la actual demandan nuestra reflexión y respuesta en forma de acciones concretas.

Referencias

Bárcena, Fernando. 2016. En busca de una educación perdida. Buenos Aires: Homo Sapiens Ediciones.

Brailovsky, Daniel. 2020. “‘Caer’ en la educación virtual”. Panorama, 16 de abril de 2020. https://panorama.oei.org.ar/caer-en-la-educacion-virtual/.

Brito, Andrea. “Tomar distancia: un ejercicio para pensar la escuela en tiempos de aislamiento”. FLACSO Argentina, 3 de abril de 2020. https://www.flacso.org.ar/noticias/tomar-distancia/.

Caparrós, Martín, «El mundo es plano», The New York Times, 26 de marzo 2020.

Freire, Paulo. 2006. Pedagogía de la autonomía. México D.F.: Siglo XXI Editores.

Han, Byung-Chul. 2014. En el enjambre. Barcelona: Herder.

Salazar Bondy, Augusto. 1975. La educación del hombre nuevo: la reforma educativa peruana. Buenos Aires: Editorial Paidós.