Filosofía (Entre Paréntesis), Reflexiones

Aproximaciones a una “buena educación” en clave rousseauniana de la “previsión”

Maria Giuliana Corvera

Generalmente, los padres y madres de familia suelen preocuparse, y con razón, por la educación de sus hijos e hijas. De ahí que, si bien es cierto, se toma como prioridad, en la mayoría de casos, el aspecto económico para decidir en qué tipo de escuela estudiarán sus hijos(as), también lo está el elegir un colegio que ofrezca, en términos coloquiales, una “buena educación”. Lo que me lleva a preguntar, ¿qué implica (y para qué se busca) una “buena educación”?

El idealismo moderno, en lo que refiere al objetivo de la educación, gira en torno no solo a ser ciudadanos(as) responsables, personas libres, respetuosas, capaces de decidir por sí mismos(as), ser autónomos(as), reconocer cierta autoridad, manejar un lenguaje apropiado, entre otras cosas; sino, también, adquirir conocimientos teóricos para que en un futuro los hijos(as) puedan desenvolverse satisfactoriamente, según los requerimientos de la sociedad. Todo ello, si no es demostrado en casa, y fuera de ella, conllevará a que el(la) niño(a) o adolescente sea tildado(a) de “mal educado”, o se asumirá que no ha  “gozado de buena educación”.

Los padres y madres de familia, en su mayoría, conciben cierto miedo e incertidumbre por el futuro de sus hijos(as): está presente la idea de protegerlos(as) de los males de la sociedad y de prepararlos para enfrentarlos(as) con la ayuda principal de la escuela como aquel espacio formativo-educativo. Se puede deducir, por lo tanto, que las familias piensan en el futuro de sus hijos(as), con respecto a lo que es “bueno” para ellos(as), de ahí que escojan el mejor colegio que pueda ofrecérselo. Asimismo, la justificación para proceder con ello es alejarlos(as) de cualquier elemento -instituciones sociales, círculos de amistad, televisión, internet, redes sociales, etc.- que influya negativamente en la formación de ese ideal preconcebido de ser humano ya avizorado.

 

Viaje por el siglo XVIII

Traeremos de vuelta a Jean Jacques Rousseau, el filósofo ginebrino, para esbozar algunas respuestas. Comenzaremos por la crítica de la “previsión”, idea que sigue vigente en la actualidad. El concepto de “previsión” da cuenta de la anticipación de lo que vendrá. Rousseau arguye: “¡Qué manía en un ser tan pasajero como el hombre, la de mirar siempre a lo lejos un futuro que raramente llega y la de descuidar el presente del que se está seguro!” (2017: 119). El filósofo valora el tiempo del presente porque se percata que los(as) niños(as) solo viven el “ahora”, tiempo que experimentan por medio de sus sentidos -de su cuerpo-: no se preocupan por lo que vendrá, por el futuro. Esto sucede porque los(as) niños(as) están lo más cerca de la naturaleza del ser humano que no ha sido aún corrompida (por lo cual, además, es un estado al que deberíamos aspirar). De ahí que, Rousseau arguye que la previsión “es la verdadera fuente de todas nuestras miserias”(2017: 119).

 Así, como afirma Vera Waksman acerca de Rousseau: “La atención del educador se concentra en el tiempo presente; a la inversa, la vida social lleva al niño a anticipar las necesidades antes de sentirlas” (2016: 133). La atención del(a) educador(a) y el(la) adulto(a), se concentra -o debería hacerlo-, más bien, en el presente, tiempo de los(as) niños(as). El ginebrino realiza una crítica a la sociedad, pues afirma que ésta contamina con ideas ajenas al infante, lo persuade con pensamientos y le crea necesidades falsas que no son propias de su descubrimiento, lo cual interfiere en su visión del mundo y en sus verdaderas necesidades: las de la naturaleza. Asimismo, afirma que cualquier idea que no pertenezca a su tiempo, el (la) niño(a), podría tomarla de una manera falsa e incorrecta que luego no podrá destruir (cuestión a la que denominará luego como “enajenación”). El niño tiene que ser impresionado por el mundo físico, sus ideas deben detenerse en las sensaciones, afirma (Rousseau 2017: 129-130); es decir, él(ella) mismo(a) experimentarlas, conocerlas.

Esto sugiere preguntarnos por el objetivo de acceder a una “buena educación”, si lo que hacemos es prever, concentrarnos en lo que no ha llegado, en el futuro, sin siquiera disfrutar el presente. Rousseau argumenta que no los(as) dejamos vivir porque constantemente los(as) estamos adelantando a otro tiempo, y, por ende, los(as) pervertimos: “Vivir no es respirar, vivir es obrar, es hacer uso de nuestros órganos, de nuestros sentidos, de nuestras facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el sentimiento de nuestra existencia. El hombre que más ha vivido no es aquel que ha sumado más años, sino aquel que más ha sentido la vida” (2017: 53). Constantemente, hay una demanda en los(as) niños(as) y adolescentes en cuanto a los conocimientos que debe recibir, pues debe estar preparado para “algo”, ya sea para la primaria, la secundaria, la universidad. Sucede lo mismo con las exigencias de comportamiento que debe tener para con su familia, sus amigos(as), siendo muchas veces juzgado(a), no teniendo libertad para vivir, sentir, experimentar, conocer el mundo que lo(a) rodea ni conocerse a ellos(as) mismos(as). Todo esto siempre está fijado hacia un ideal de ser humano no presente.

Por otro lado, intentando perfilar una respuesta rousseauniana a lo que implicaría una “buena educación”, se puede asentir que consistiría en una educación del ser humano en la que podamos conservar nuestra naturaleza -esto quiere decir, nuestro presente, nuestra libertad, nuestro auténtico vivir, sentir y experimentar, a partir de sus propias posibilidades- el mayor tiempo posible.

Si tuviéramos que replantear, finalmente, la última parte de la última cita, señalada líneas arriba, podríamos concluir que, en realidad, “el hombre que más educación tiene no es aquel que goza de una ‘buena educación’, sino aquel que vive en el presente”.

Bibliografía

Jean Jacques Rousseau. (2017). Emilio o de la educación. Madrid: Alianza Editorial.

Vera Waksman. (2016). El laberinto de la libertad. Política, educación y filosofía en la obra de Rousseau. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica.