Filosofía (Entre Paréntesis), Reflexiones

La invención de una filosofía de la infancia

José María Taramona Trigoso

En este escrito intentaré esbozar algunas reflexiones en torno a las fundamentación, necesidad y posibilidades de la filosofía de la infancia como campo de estudio específico dentro de la filosofía a partir de un texto homónimo de Matthew Lipman, Ann Sharp y Frederick Oscanyan en La filosofía en el aula. Este será un ejercicio de valorar las ideas de lxs autorxs en el último capítulo de un libro fundante del proyecto educativo Filosofía para niños; se trata de un capítulo que, aunque breve, se convertirá en una seria declaración de intenciones para que la reunión de filosofía e infancia sea mucho más que un método de desarrollo del pensamiento. Por otro lado, será también un ejercicio de poner en juego una serie de preguntas propias a partir del texto y de ensayar algunos ribetes para asomarnos a una filosofía de la infancia más infantil, más filosófica, si cabe.

Al inicio del capítulo, Lipman, Sharp y Oscanyan delinean cómo es que el hecho de que la filosofía esté dividida en compartimentos responde justamente a una tal división entre las distintas dimensiones de la experiencia humana. En ese sentido, dicen, pocos podrían discutir la objetividad y la universalidad de la infancia en tanto experiencia humana y, por lo tanto, merece un tratamiento filosófico tal y como las otras dimensiones que ya tienen una rama filosófica específica. En primer lugar, podemos advertir que hay una concepción de la filosofía como una disciplina inherentemente ligada a la experiencia humana y al estudio de esta, de modo que cualquier objeto de estudio particular es relevante para aquella en tanto afecta y constituye la experiencia en sí misma. Quiero decir, la filosofía no se entiende aquí como un estudio del conocimiento, aunque, en efecto, determinada aproximación con el conocimiento, la experiencia del conocer, pasa a formar parte de un aspecto relevante de la experiencia humana. Tampoco se entiende aquí, a la filosofía, como un estudio de la conducta social, aunque, ciertamente, la experiencia con lxs otrxs en convivencia es constituyente de la experiencia humana. Podría seguir, pero lo que trato de puntualizar aquí es que hay una particular forma de concebir la filosofía como un estudio de la experiencia humana, de lo que hay de común en ella, de lo que la atraviesa.

Siguiendo esta línea, es la infancia, indefectiblemente, una cuestión propia de la experiencia humana y merece ser estudiada por la filosofía. Esto lleva al segundo punto: ¿de qué hablan lxs autorxs cuando hacen referencia a la infancia? Podría parecer obvio, pero, por razones que desarrollaré más adelante, resulta importante puntualizar que hay aquí una concepción básica de la infancia que se entiende como la primera etapa de la vida, aquella por la que transitan todos lxs seres humanxs antes de ser adultxs. Incluso, todxs lxs filósofxs, dicen Lipman, Sharp y Oscanyan, fueron niñxs en su momento y se podría pensar que, hasta cierto punto, sus formulaciones adultas podrían ser fruto de embellecimientos sistemáticos o, por el contrario, de reacciones en contra, de intuiciones y de convicciones que mantuvieron a lo largo de su infancia. Entonces, parece ser que la infancia resulta ser importante por lo que tiene para recordarnos cuando somos adultxs, o porque, al ser la etapa de transición a la adultez, deja una serie de marcas y huellas que nos marcan como adultxs, o porque, simplemente, resulta ser una etapa donde hay una perspectiva distinta -de la vida y del mundo- que resulta interesante estudiar, comprender y reconciliar con la perspectiva adulta, dado que conviven y comparten espacios y tiempos. En palabras de lxs autorxs, pensar la relación entre lxs niñxs y lxs adultos es “una invitación para una experiencia compartida de la diversidad humana más que excusa para mantener la hostilidad intergeneracional, la represión y la culpabilidad”.

Habrán notado ya el énfasis en la fundamentación de la infancia a partir de la adultez. Es decir, pareciera ser que no hay forma de hablar de la infancia sin remitirse a aquello que esta provee o posibilita para cuando se sea adultx. Pareciera ser, en otras palabras, que para nombrar a la infancia hay que definirla en diferenciación con la adultez. Pareciera ser, a fin de cuentas, que no hay infancia sin adultez. Y, quizás, siguiendo la perspectiva de lxs autorxs, presxs de esa dualidad, no nos quede otro camino que construir una filosofía de la infancia eminentemente adulta. Nótese en la siguiente cita:

“Y si los últimos años nos han ayudado a demostrar que la experiencia de la filosofía no tiene por qué ser incompatible con la infancia, del mismo modo puede resultar que la experiencia de la infancia – o, en definitiva, la perspectiva de los niños – no tiene por qué ser incompatible con el mundo de los adultos”.

La tentativa por hacer de la infancia un campo filosófico tiene, al fin y al cabo, la intención de acercar esa perspectiva infantil al entendimiento adulto, reconciliar infancia y adultez, o comprender la infancia en términos de lo que pueden decir lxs adultxs de ella. Me hubiera gustado leer, en cambio, que la demostración de que la experiencia de la filosofía no es incompatible con la infancia podría ser el punto de partida para pensar, al mismo tiempo, que la experiencia de la infancia no es incompatible con la filosofía. No con el mundo de lxs adultxs, sino con la filosofía. Porque, creo, si se trata de fundamentar la infancia como campo filosófico, qué mejor que afirmar (o al menos preguntarse) que esa experiencia infantil tiene una particularidad que la hace filosófica, que tiene preguntas, problemas, relaciones, formas, miradas, que pueden ser interesantes para el quehacer de la filosofía.

Aquí se nos plantea el siguiente problema: ¿desde qué mirada se pretende fundar una filosofía de la infancia? Y también: ¿para qué se pretende fundar tal filosofía de la infancia? Dicen Lipman, Sharp y Oscanyan que para que una materia merezca ser un área de la filosofía “debe ser lo suficientemente rica en sus implicaciones como para hacer una contribución significativa a otras áreas de la filosofía”. Es decir, lo que pueda decir o pensar la filosofía de la infancia está sujeto, no solo a lo que pueda aportar a otros campos filosóficos, sino también a regirse por las preguntas y formas de pensar propias de estos. En ese sentido, lxs autorxs formulan y desarrollan una serie de preguntas que intentan dar cuenta de los aportes de una cierta perspectiva infantil para pensar problemas de la filosofía del derecho, la ética, la filosofía social y la metafísica. Sin embargo, pareciera ser que no es sino una formulación de las mismas preguntas propias de cada materia filosófica en donde se sustituye al sujeto adulto por el sujeto niñx. O, por el contrario, preguntas que, formuladas desde la visión de adultx, buscan decir lo que un niñx. Desde la exterioridad. Todo ello me lleva a preguntarme si es que acaso resulta imposible el formularse nuevas preguntas que sean más susceptibles a la infancia, si al fundar una filosofía de la infancia no pueden fundarse también preguntas más infantiles o si es que, a fin de cuentas, estamos condenadxs a repetir las mismas preguntas y miradas de una filosofía hegemónica, mayor, adulta. Quizás precisamos de una filosofía menor, infantil.

Algunas de las preguntas que se plantean lxs autorxs son: ¿tienen los niños derecho a razonar? ¿Pueden lxs niñxs implicarse en una investigación ética como alternativa al hecho de ser sometidos a un adoctrinamiento moral? ¿Es posible que los roles de la infancia sean útiles para la filosofía social? ¿En qué sentido la pregunta qué es unx niñx arroja luz sobre la pregunta qué es una persona? Preguntas que, sin duda, resultan interesantes para pensar el lugar de lxs niñxs en una sociedad adultocéntrica. Sin embargo, la formulación de estas preguntas, y sus respuestas concomitantes, denotan una voz adulta que da y define los espacios y formas de ser y estar para lxs niñxs. O, sino, se describen modos de hacer infantiles en comparación con los adultos. O, por el contrario, se definen maneras de relacionarse de lxs adultxs con lxs niñxs.

Es cierto, resulta un intento interesante de hacer filosofía y pensar el encuentro entre generaciones, de aperturar nuevos patrones de interacción. Es necesario reconocer a lxs niñxs en tanto personas, porque aunque algunas sospechas no podamos comprobarlas, “tratar a los niños como seres racionales tiende a producir la evidencia que confirma su racionalidad”. Y, puede que las ideas desarrolladas por Lipman, Sharp y Oscanyan contribuyan a fundar una filosofía de la infancia que aporte significativamente a otras áreas de la filosofía, sumando a lxs niñxs en su comprensión de sus propias preguntas. Puede, también, que incluir a lxs niñxs en el espectro de estudio de la filosofía contribuya al progreso nuestras sociedades, porque, como dicen lxs autorxs, “quizás sea tratar a los niños como personas el precio que debamos pagar a largo plazo para conseguir mejoras sociales sustanciales”.

Sin lugar a dudas, más allá de las discrepancias que pueda tener con la perspectiva de infancia (o niñez, si se quiere), la potencia de las ideas desarrolladas por lxs autorxs reside en una búsqueda de reivindicación del lugar de lxs niñxs dentro de la filosofía, que no sean excluidxs porque son también seres humanos que habitan en conjunto con lxs adultxs este mundo y que la filosofía puede aportar tantas cuestiones al estudio de la infancia como también la infancia puede aportar perspectivas interesantes para los distintos campos de la filosofía. Quizás el mayor aporte de Lipman, Sharp y Oscanyan es su convicción de que lxs niñxs  son sujetos de derechos, pero, mayor aún, situar las primeras semillas para próximos trabajos que han continuado desarrollando las posibilidades de una filosofía de la infancia, una tarea pionera y valiente, nunca antes propuesta.

Referencias bibliográficas

Lipman, Matthew, Sharp, Ann Margaret y Frederick Oscanyan. 1992. La filosofía en el aula. Madrid: Ediciones La Torre.