Rodrigo Bravo Ruiz
Conocí a Victoria Santa Cruz aproximadamente en el año 2001 a través de unas grabaciones en cinta -o casete- de algunas de sus entrevistas y ponencias que mi madre atesora hasta hoy desde tiempos en que fuera su alumna (1974-1983) en el elenco de bailarinas del Conjunto Nacional De Folklore, regido en aquellos tiempos por el desaparecido Instituto Nacional de Cultura (INC). La idea del presente texto es contribuir con la difusión del pensamiento de esta virtuosa maestra y su fascinante propuesta pedagógica.
Cuenta mi madre hermosas anécdotas que reflejan completamente la personalidad y el genio de Victoria; esa divina capacidad, entre muchas otras, de remitir al momento presente a un grupo de estudiantes invitándolos a vivenciar al máximo su capacidad de estar ahí, de absorberse sin límites en las profundidades de la atención, de la escucha activa, del ritmo interior. “Ella nos ponía a tocar el cajón peruano, aun cuando nunca lo habíamos hecho, y en el momento en que menos lo pensábamos ya estábamos tocándolo por primera vez”. También me contó que, al distraerse por contemplarse asombrada tocando el cajón, recibía la llamada de atención de Victoria: “¿Por qué piensas?, ¡Ya te saliste!”; “no sé cómo se daba cuenta, pero sabía cuándo alguien perdía la conexión”, señala mi madre.
Un tiempo después, con mucha curiosidad y expectativa, vi una entrevista que le hiciera el desaparecido Marco Aurelio Denegri[1] en torno a su participación en una obra multiautoral perteneciente al fondo editorial del congreso, titulada: “El Perú en los albores del siglo XX”. El aporte de Victoria en dicha obra corresponde al capítulo llamado “El importante rol que cumple el obstáculo”, título que, desde ya, nos habla de la línea de acción y pensamiento en que se centra la mayor parte del trabajo de Victoria Santa Cruz. En la entrevista, llama mucho la atención el contraste casi inconciliable entre ambos personajes. Si bien Marco Aurelio Denegri es erudito en muchas materias, sesudo, crítico, altamente reflexivo, documentado y polémico; es inevitable percibir su visión teorética, casi dogmática de las cosas. Victoria, a su vez, habla desde las mismas entrañas de la experiencia, desde la multiplicidad de actos que ha cultivado, a decir de ella, desde una memoria ancestral. Es casi como ver dialogar a los dos hemisferios del cerebro, una parte práctica invitando a la analítica a la acción.
El trabajo de Victoria representa todo un fenómeno que puede ser abordado desde diferentes flancos. Encuentro en su trabajo reminiscencias de análisis antropológico, filosófico, cosmovisional e incluso psicológico, y claro, todo ello sobre la base de una descripción rigurosa de la expresión artística como punto de partida para remitirse a la experiencia orgánica. Dice Victoria que el saber comienza con la exploración del cuerpo, aquello es la base de toda meditación[2].
Sin embargo, algo que llama poderosamente mi atención, es que ninguna de las disciplinas anteriormente mencionadas que se conjugan entre sí para tratar de concebir el aporte de Victoria son suficientes por sí mismas para lograrlo. Victoria nos demuestra que las inquietudes humanas, en conexión con las verdades universales, son trascendentes a todo formato de expresión, volviéndose una necesidad la multidisciplinariedad para intentar comunicar dichas verdades a través del cuerpo, de la experiencia. En este sentido se me viene a la mente el trabajo de luminarias como John Cage[3], Karlheinz Stockhausen[4], o colectivos artísticos como Fluxus[5] quienes pusieron de manifiesto que, ante un álgido, intenso y profundo compromiso del artista con la necesidad de expresar aquello que iba descubriendo en la consagración a su trabajo, surgía de pronto la necesidad de emplear nuevos lenguajes. La información que llegaba a sus conciencias ya no podía ser comunicada por un solo canal.
Pero, más allá de lo meramente instrumental, Victoria descubre que las expresiones artísticas constituyen un medio para alcanzar una mayor comprensión del ser. Toda intuición, al ser cultivada, deviene en estados de conciencia cada vez más refinados, y la consolidación y desarrollo de dichos estados de conciencia van nutriendo la cosmovisión del individuo comprometido con la búsqueda de nuevas verdades, todas las cuales constituyen desarrollos parciales de una verdad última, la cual se decanta hasta el infinito.
El problema, señala Victoria, estriba en la fragmentación del individuo, fragmentación que acontece a partir de una serie de fenómenos culturales, los cuales, probablemente sean más notorios en el mundo occidental y traen como consecuencia que los seres humanos en la actualidad hagamos, pensemos y digamos tres cosas completamente disímiles entre sí. Esta escisión o división va a ser el punto de partida para configurar la problemática desconexión del individuo con su entorno, con la naturaleza, con otros seres humanos y, por último, con las verdades ontológicas que subyacen a la realidad. Desde ese lugar, y sin ánimos de profundizar en aspectos teóricos ajenos al análisis del presente texto, me es inevitable pensar en los paradigmas cartesianos que una y otra vez la escuela existencialista va a denunciar, derogando un enfoque individualista e intrapsíquico del mundo y promoviendo una visión relacional y tendiente a la trascendencia; visión que anida en el corazón de la ancestralidad de oriente, donde el sujeto es concebido como en unidad dinámica con el todo. No hay sujeto y mundo; hay sujeto-mundo en una relación permanente de interdependencia y desarrollo dialéctico. Victoria maneja todos estos principios sin siquiera hablar de ellos.
Quizá lo que más me atrae del trabajo de Victoria es precisamente que, a través de sus claves pedagógicas, encuentro la confirmación de todo aquello que plantean las escuelas de pensamiento que más me atraen pero que en un sentido son difícilmente llevadas a la práctica, de no ser por la realización de aquellos seres especiales dotados de una divina capacidad para concretar los más altos ideales. No obstante, en realidad es al revés: los más altos ideales se hacen realidad a través del quehacer de estas maravillosas personalidades.
¿Cómo hacer realidad aquello de encontrar el rol implícito en el obstáculo? La pregunta, desde ya, posee un carácter ambrosiaco para el potencial especulativo de la mente filosófica, mas, una respuesta concreta y erigida desde el fuego del quehacer cotidiano emana de la privilegiada mente de Victoria: estar presente. Toda fragmentación comienza por escapar del presente; por vivir en la invocación nostálgica del pasado, o en la proyección compulsiva del futuro, sin darnos cuenta que pasado y futuro son meras consecuencias de habitar el presente: nos olvidamos de estar. Victoria va a llamar al estar presente el mayor compromiso que puede adquirir el ser humano. Estar presente implica responder con integridad desde el único lugar en el que podemos ser completamente íntegros: el instante mismo, el aquí y el ahora.
Desarrollaré un poco esta última idea ya que soy consciente de lo saturada que ha sido dicha noción, a tal punto, y sin ánimos de criticar posición alguna, que hoy en día suena casi como un slogan de la nueva era. Cito a Victoria y luego intentaré realizar un pormenorizado análisis de su planteo: “Si la unión no se cumple en su rítmico momento, la tensión se dilata, deviniendo en reacción. Separándose los componentes que producirían la calidad orgánica, y por arritmia, por desconexión, son rechazados de la estructura” (Victoria Santa Cruz 2004: 40)
Para comenzar, la estructura a la cual se refiere Victoria al final de esta frase es nada menos que la estructura de la realidad, por lo cual, aquello que va a ser rechazado por la realidad desde su núcleo básico es todo aquello que se contraponga al ritmo interior de los sucesos. El mundo es devenir, es una construcción permanente, un desarrollo constante; de ninguna manera se trata de algo estático y acabado. Este devenir posee, como todo movimiento, una cadencia natural, un ritmo, una musicalidad inherente. Dicho movimiento invita a todas sus partes, los seres humanos incluidos, a formar parte de su cadencia, a adaptarse a su ritmo interior produciéndose una suerte de danza. La palabra danza, señala Victoria, proviene de la voz teutona danzen, la cual a su vez deriva del sanscrito tan, lo que podría traducirse como tensión (Victoria Santa Cruz 2004: 61). El mundo en su permanente movimiento despliega una tensión natural. Dicha tensión posee un tiempo inherente, un compás específico, y todos aquellos eventos que no correspondan con este han de ser rechazados por la realidad, deviniendo aquello en incomodidad, aburrimiento, tedio, ansiedad, malestar, enfermedad. Podríamos resumirlo de esta manera: el llamado orden cósmico no es otra cosa que un patrón rítmico cuyo tiempo lo marca el presente.
Todo aquello constituye una experiencia que va a revelarse únicamente en la subjetividad de aquel que tenga el coraje de remitirse al presente, razón por la cual, no es posible compartirla teóricamente. No hay manera de transmitir una experiencia sino por la vía de la experiencia. Todo aquello que se limite a planteamientos teóricos termina por constreñir la mirada del analista, lo que el filósofo alemán Max Scheler llamaría “ceguera axiológica” o la incapacidad de ver aquello que no forma parte de mi panorama vivencial[6]. En palabras de Heinz von Foerster[7]: “no se puede ver que no se ve lo que no se ve”.
Vivir la experiencia constituye para Victoria la única posibilidad de contraer conocimiento orgánico, en palabras suyas, un sabor-saber que hacemos propio en la medida que podamos degustarlo con el paladar de nuestro accionar diario. La remisión de mi hacer cotidiano a mi particular compromiso de vida constituye una vía para acceder de lo particular a lo universal. Este aspecto es especialmente interesante pues resulta ser un punto de encuentro de diversas concepciones filosóficas de oriente y occidente. Para el hinduismo, por ejemplo, únicamente el camino del dharma[8] va a concederme el acceso a la comprensión última o autorrealización, y es precisamente la primera lección que Krsna imparte a Arjuna en el campo de batalla (referencia)[9].
A su vez, Martin Heidegger diría que únicamente el acceso a las verdades ontológicas es posible a través de la remisión del dasein[10] al mundo de sus posibilidades (de lo óntico a lo ontológico). Viktor Frankl, desde su lenguaje logoterapéutico, plantea que el sentido último de la vida (suprasentido) sólo puede ser alcanzado por aquellos plenamente circunscritos a su sentido del momento, a su día a día[11].
Todas estas convergencias revelan que el camino a la verdad se constituye de diversos senderos y, mi preferencia por una ruta y no por otras, nos habla de la ilimitada diversidad de estilos, caracteres, naturalezas y matices que conforman la experiencia individual. Todos estos puntos de encuentro son una evidencia inequívoca de la unidad en diversidad que promueve todo acercamiento sincero a la verdad.
Victoria parte de la exploración de las posibilidades rítmicas afroperuanas (lo particular) para descubrir en un momento que “no obstante africano, esto es cósmico” (lo universal), invitándonos a dar un salto de fe y asumir nuestra vida como el único medio para conocer la realidad. Estar presente es el arte de responder con integridad a la pregunta que una y otra vez la vida nos presenta, ¿quién soy yo?
Respetamos toda tradición que nos comparta respuestas, claves, saberes, pautas de acción, guías; pero convengamos que nada es gratuito, todo demanda de una cuota progresiva de esfuerzo. “Busca y serás encontrado” (Victoria Santa Cruz 2004: 91).
Descubrimiento y desarrollo del ritmo interior
Este es el nombre del sistema filosófico-experiencial creado por Victoria Santa Cruz sobre la base de sus propias vivencias y el sostenimiento y profundo análisis de los diversos estados emotivos-orgánicos surgidos de estas. Cabe mencionar que dicho sistema la llevó a ser nombrada profesora vitalicia en la prestigiosa universidad Carnegie Mellon (Pittsburg, Pensilvania).
Ahora pasaré a intentar compartir algunas nociones de dicho sistema, las cuales, en el mejor de los casos podrían ser aplicadas por el lector en la medida que podamos conjugarlas con aquellos elementos que constituyen nuestra actividad cotidiana. Partamos por analizar la siguiente frase: “Soslayar la realidad es quedar atrapado en un laberinto de formas, incursionando en consecuencias” (Victoria Santa Cruz 2004: 62). En otra parte declara: “En nosotros vive la posibilidad del reencuentro, siempre y cuando dejemos de hurgar en consecuencias” (Victoria Santa Cruz 2004: 85).
En ambas frases la clave radica en la necesidad de diferenciar fondo de forma. Toda forma es, en última instancia, aquello que se manifiesta como consecuencia natural de dirigirnos honestamente a la búsqueda de un fondo intuitivo. La forma siempre estará al servicio del fondo, esa es y ha sido siempre su función. Max Scheler solía hablar de una cierta intuición metafísica que tenemos los seres humanos[12], la cual nos orienta a explorar las posibilidades implícitas en las alturas de lo humano, en aquello que subyace a la realidad y que posee una naturaleza constituida de idealidad, de virtud, de armonía. En un sentido, todos los atisbos de virtud que expresa el individuo son una inequívoca señal de su natural inclinación hacia dicha dimensión ideal, y todo aquello que devenga en reacción es el resultado de hacer caso omiso a dicha intuición. La cosmovisión india apoya esta idea cuando plantea la ley del karma[13], aquel fenómeno que surge cuando el individuo atenta contra la naturaleza y contra sí mismo al actuar en disconformidad con su deber ser, y la consecuencia de ello es seguir generando más Karma, constituyendo así el samsara[14]. Jean-Paul Sartre plantea, desde una perspectiva similar, un principio análogo: “Hay inconmensurabilidad entre las esencias y los hechos, y quien empiece su indagación por los hechos no logrará nunca hallar las esencias.”[15] El punto es que para inclinarnos a la esencia de las cosas tenemos a disposición una ilimitada diversidad de medios, pero por algún extraño desajuste cultural hemos confundido el medio con la meta.
Hurgar en consecuencias es para Victoria iniciar una frenética búsqueda en las formas ignorando la naturaleza del fondo. Si nuestra vida se centra en el permanente y compulsivo abordaje de los acontecimientos como hechos aislados de un trasfondo integrador, únicamente conseguiremos incrementar la confusión y la ansiedad; nuestra vida comenzará a fracturarse en diversas partes que no podrán ser conjugadas entre sí, desarrollando una visión fragmentaria del mundo y de nosotros mismos, y a su vez, concibiendo la idea de integración como una utopía o mera idealidad. Esto traerá como consecuencia que la persona pierda la habilidad de integrar su pasado con su presente; el legado de sus ancestros con la cotidianeidad; la facultad de generar lazos vinculares poderosos y comunidades prósperas sostenidas sobre la base de unidad en diversidad.
Si lo pensamos con objetividad, esta es precisamente una característica presente en la forma de ver el mundo del hombre moderno, una visión fractual, no holística, no conjugable con la totalidad, una visión que deviene en un extremo y dañino individualismo que, no solo se refleja en dificultades presentes en su interrelación con el medio ambiente, sino en la relación con su propio ser. El individuo no intima consigo mismo, sólo conoce algunas partes de sí con las que le gusta interactuar y de las que generalmente intenta devengar algún beneficio inmediato.
Victoria, a través de su sistema pedagógico, intenta resolver este dilema existencial empleando para ello las artes expresivas y la música -básicamente la percusión- como punto de partida para emprender una profunda exploración que develará paulatina y progresivamente la naturaleza del fondo. A través de ejercicios concretos los cuales, a decir de ella, constituyen el legado de sus ancestros, es posible realizar la integración de nuestra experiencia sensorial con la dimensión del pensamiento y la palabra, y por qué no, con aquellas otras dimensiones metacognitivas que los eruditos en el Vedanta[16] asociaban con estados de conciencia pre-reflexiva que el individuo no tenía que explicitar para obtener alguna significativa noción de las cosas. Dicho de otro modo, una persona con una concepción holística de las cosas vive, actúa, piensa y dice plenamente todo, aun cuando no sea del todo consciente de su sabiduría.
Victoria pone como condición dos cosas: que la persona aprenda a remitirse al presente; y que sea capaz de “amarrar” su experiencia a la posibilidad de comunicar con claridad, permitiendo generar vínculos humanos que aporten al crecimiento de la comunidad en primera instancia, y al de toda la raza humana, en una instancia última. Utiliza como punto de partida para la realización de tan osado emprendimiento un análisis de lo que acontece en una competencia de zapateo peruano[17]. Los contendores parten sobre la base de cierta estructura aprendida y comienzan así una amistosa batalla artística en la cual, cada quien, dispone de un tiempo específico para improvisar nuevos movimientos, pero, con el compromiso de cerrar su participación remitiéndose a los movimientos base. De esa manera, se pueden conjugar creatividad y tradición.
Es importante señalar lo siguiente, cuando usamos la palabra “competencia” nos remitimos a su significado originario, siendo su estructura etimológica competere (con: junto a; petere: buscar, pedir) lo cual significa “buscar junto al otro”, significado totalmente alejado de la concepción moderna del término, el cual más bien se refiere a la idea de ascender usando al “perdedor” como peldaño. La competencia en un duelo tradicional de zapateo peruano tiene como objetivo el que los testigos del duelo puedan aprender observando lo que los contendores co-construyen desplegando para ello sus respectivas habilidades, una al servicio de la otra, ambas en una comprometida búsqueda del bienestar común.
Un requisito es el cumplimiento de ciertas reglas, como el “amarre”, el cual significa el compromiso de los contendores de enlazar sus improvisaciones a los pasos estructurales que fundan la tradición, de manera que si alguno de los participantes no es capaz de realizar dicha integración es visto como un acto de arrogancia y charlatanería, motivado sólo por la idea de “ganar”. La integración de creatividad y tradición es para Victoria la señal de que, tan importante como el desarrollo de habilidades individuales, es el compromiso por contribuir con el desarrollo de los demás miembros de la comunidad.
La única manera de realizar una sabia integración es desarrollando una profunda atención, una superlativa experiencia del silencio. La música no solo se constituye de sonidos, es fundamental el silencio para permitir que los sonidos puedan agruparse de forma armoniosa. La única forma de que un zapateador pueda “competir” genuinamente con otro es integrándolo a su experiencia, lo cual implica que cuando sea el turno del otro, el primero debe absorberse en el silencio para una profunda captación de su aporte. Absorberse en el silencio no solo implica no generar ruido o movimiento alguno; también significa estar internamente conectado con el otro, de tal manera que nuestro silencio no sea solo un momento de espera antes de intentar “hacerlo mejor en mi turno”.
Si llevamos estas nociones a la vida cotidiana encontraremos que este mismo principio puede ser aplicado al campo de las relaciones humanas. Nuestra interacción con otros seres humanos está llamada a ser una relación de estar junto-al-otro, construyendo mejores posibilidades de ser y de estar. Mi silencio ante la narrativa del otro no debe ser un simple “espero mi turno para hablar”; debemos convertirlo en un momento de recogimiento, de integración, de absorción en el otro a la espera de poder consolidar mis aportes en conjunción con los suyos. Aquello no es sólo estar genuinamente presente, es también “amarrar” mis talentos y compromisos, mi individualidad y mi universalidad.
Algo similar ocurre cuando, en el contexto de una improvisación, el cantante de una orquesta musical interactúa vocalmente con el cuerpo de coristas, los cuales van a cantar repetitivamente una melodía con una determinada estructura, y el cantante solista tendrá que enlazar sus improvisadas melodías respetando el patrón rítmico-melódico que establece el coro, y cada nuevo movimiento vocal debe corresponder a esta relación métrica-tonal al tiempo de generar nuevas e intensas melodías, siendo la creatividad y el talento regulados por el compromiso de respetar de modo incondicional la estructura musical del otro. De esta manera se co-construye un verdadero diálogo musical. Los músicos saben que romper arbitrariamente estas reglas es algo de gravedad, pues se atenta contra la totalidad de lo que intenta construirse y contra cada parte que la conforma.
Nuevamente, todas estas consideraciones son susceptibles de ser replicadas en nuestro día a día, reconociendo que los diálogos que establecemos con diversas personas son una grandiosa oportunidad para aprender a conjugar creatividad y compromiso. El silencio nos invita a integrar al otro y no solo a “aguardar nuestro turno”. Es diferente callar que guardar silencio; se calla aquel que está a la espera de volver a hablar; guarda silencio aquel que intenta aprender del otro. A medida que podamos desarrollar cada vez más esta habilidad podremos, a su vez, ser más capaces de integrar a los demás en nuestro anhelo por construir una mejor condición para todos, e integrarnos en el anhelo de los otros de la mejor forma posible.
Si nuestra atención no se abre rigurosamente al silencio nuestra ruptura de este será una expresión de nuestra disociación con el todo, se manifestará lo que Victoria llama el sentido de arritmia. Aquello, a su vez, es un síntoma inequívoco de nuestra omisión del presente y no estar en el presente significa renunciar a todo compromiso individual y colectivo. Seguiremos contemplando los sucesos de manera fragmentaria, frustrándonos por el carácter intrincado y no integrativo de las cosas lo cual devendrá en escepticismo, individualismo extremo, conductas compulsivas, etcétera. En la línea reflexiva de Victoria: seremos “rechazados” por la estructura de la realidad y desde ese lugar el mundo y la experiencia individual siempre serán una situación ajena, incómoda y desgastante.
La práctica del ritmo interior puede promover que la persona logre identificar cómo y desde dónde se generan los obstáculos, entendiendo que son precisamente dichos obstáculos parte del arsenal de medios de los que disponemos para gestar nuestro progreso y evolución.
Deseo cerrar este texto compartiendo algunas poderosas frases y aforismos del único libro escrito por Victoria Santa Cruz “Ritmo: el eterno organizador”[18], pidiendo al lector que intente hacer un esfuerzo por trascender las imperfecciones del presente escrito para lograr captar la idea que intento transmitir en torno a su pensamiento, una idea que podría resumirse en esta pequeñas líneas: si soy capaz de identificar el obstáculo podré ser también capaz de instrumentalizarlo en favor de mi propio proceso, reconociendo que en última instancia es uno mismo el que promueve la naturaleza benéfica o maléfica de cada uno de los sucesos de mi día a día. “El enemigo vive en casa”.
“Mientras no sepa quién soy tendré que buscar a quién culpar”
“Todo lo exuberante es exceso, y donde hay exceso hay ausencia”
“El río está siempre ahí, pero el agua no es nunca la misma”
“Si el profesor no conecta consigo mismo, no sabrá de dónde surge la dificultad con el alumno”.
“El miedo se arma de una máscara de poder e impone; si la real fuerza impusiera perdería su calidad de fuerza”
“Cada uno de nosotros representa una parte del todo. Trabajemos pues la parte que nos compete y descubramos el todo al tiempo que realizamos la parte”
“No hay alquimia sin fuego”
“Todo lo que estamos haciendo necesita de una presencia. No hay nada insignificante desde el momento en que uno está involucrado”
“Es increíblemente interesante el constatar como dentro de las culturas a las que se tilda de inferiores o primitivas, estos seres no separan de la vida cotidiana aquello que en las culturas denominadas evolucionadas se conoce como disciplinas artísticas”
“Es por desconocimiento del sabor de la salud que nos percatamos de no estar sanos sólo cuando estamos ya enfermos”
“No olvidar que el medio es eso, un medio; un medio que estando en el exterior debe ser por nosotros trabajado perseverando desde nuestro interior. Esa es la misión del medio, que no debe trastocarse en meta, de lo contrario caemos en una gran trampa, por hurgar en consecuencias”
“El hombre no tiene nada que inventar sino devenir”
“Salud a un cierto grado es conocimiento”
“Imposible crear sin creer y viceversa”
“Es preciso entrar en sí mismo, ya que el secreto no esa salir, sino entrar. Las reales batallas se vencen desde el interior, sin testigos que nos gratifiquen diciendo «¡Bravo!»”
Bibliografía
Santa Cruz, Victoria. 2004. Ritmo: el eterno organizador. Lima: Seminario Afroperuano De Artes y Letras.
Sartre, Jean-Paul. 1939. Bosquejo de una teoría de las emociones. Paris: Alianza Editorial.
Sartre, Jean-Paul. 1946. El existencialismo es un humanismo. Paris: Edhasa.
Martínez, Yaqui Andrés. 2012. Psicoterapia existencial Vol. 1. México D.F.: CIREX
Bhagavad Gita. The Bhaktivedanta Book Trust.
Datos del autor:
Rodrigo Bravo Ruiz (1980) Correo electrónico: rbravoruiz@hotmail.com
Terapeuta, músico, docente e investigador. Actualmente se dedica a la formación de logoterapeutas en el Instituto peruano de Logoterapia (DAU); al estudio de la fenomenología existencial aplicada a la terapia; y a la divulgación de textos de carácter filosófico en su propio sitio web “Epílogos No Autorizados”.
[1] https://www.youtube.com/watch?v=DMu6BkUJ-Os
[2] “La conexión y afinamiento con el cuerpo físico es primero para alcanzar, después, el nivel psíquico que posteriormente propiciará el reencuentro con el nivel espiritual (Victoria Santa Cruz 2004: 64).
[3] https://www.biografiasyvidas.com/biografia/c/cage_john.htm
[4] https://www.biografiasyvidas.com/biografia/s/stockhausen.htm
[5] https://masdearte.com/movimientos/fluxus/
[6] Mayor información sobre la axiología de Max Scheler en su obra “Ética material de los valores” de 1913.
[7] https://es.wikipedia.org/wiki/Heinz_von_Foerster
[8] Deber, función, misión.
[9] Bhagavad Gita 2. 31; 2. 38; 2. 47; 2.51.
[10] Ser-ahí.
[11] Para un mayor desarrollo de este concepto, recomiendo el libro “El hombre en busca del sentido último”, del Dr. Viktor Frankl (no confundir con “El hombre en busca del sentido”).
[12] Scheler extrae este concepto de Blaise Pascal y su “orden del corazón”. Para un mayor desarrollo del tema comparto el siguiente enlace: https://revistareplicante.com/el-principio-del-corazon-de-blaise-pascal/
[13] Acción y reacción. Toda acción genera una reacción concomitante.
[14] Ciclo continuo de nacimientos y muertes. De acuerdo a la cosmovisión védica, aquello es la causa de todo sufrimiento.
[15] “Bosquejo de una teoría de las emociones”; 1965, p.19.
[16] O Uttara Mimamsa, fundado por Vyasa; es un sistema filosófico, el cual, junto a Nyāya, Vaiśeṣika, Sāmkhya, Yoga, y Purva Mīmāmsā, constituyen los sat darsanas o seis escuelas filosóficas de India.
[17] http://linajeperuano.com/noticias/el-zapateo-peruano-un-latido-al-compas-del-cajon/
[18] Para mayor información sobre el texto, año de publicación y editorial, revisar bibliografía.