por Pepe Taramona
Si algunos versos aprendí en esta época, uno de los más significativos son los de Machado: “Caminante no hay camino, camino se hace al andar y al volver la vista atrás…”.
A fines de la década de los ochenta, en un contexto muy complicado —en medio de una grave crisis económica y política, con Sendero Luminoso dinamitando las calles en búsqueda de “justicia social”—, surgía un proyecto educativo cuyas líneas matrices se centraban en el individuo como totalidad, en una visión holística de la persona, poniendo al cuerpo como eje integrador de todo tipo de experiencia humana y a las vivencias, la creatividad, el diálogo, la libertad , el arte y la reflexión, como sus ejes fundamentales. Eran épocas muy agitadas en el mundo: se acababa de caer el muro de Berlín y con ello se hundía la esperanza de mucha gente que anhelaba un mundo más justo; de alguna forma, también se resquebrajaba el pensamiento rígido, lineal y se iba propiciando la búsqueda de caminos más creativos, más humanos, en los que la libertad y la igualdad se dieran la mano.
Este proyecto educativo se caracterizaba por ser una “escuela viva”, que iba abriendo, paso a paso, un camino distinto en la educación de los niños y las niñas, tomando como base los planteamientos de Jean Le Boulch y, a la vez, bebiendo de diversas fuentes, actividades e investigaciones del campo de la educación, la psicología, la biología y las ciencias humanas, en general. Así, fuimos construyendo una metodología que se adecuaba a nuestra realidad que, si bien es cierto, estaba dentro del marco de la educación formal regida por el Ministerio de Educación de la época —pues había que cumplir con un determinado programa— nos diferenciábamos de otras escuelas por el camino que transitábamos para lograr esos objetivos educativos.
Los inicios del Colegio Jean Le Boulch se dieron con pocas aulas de inicial y de primer grado de primaria, con la finalidad de ir formando niños y niñas desde esta nueva perspectiva educativa e ir creciendo progresivamente, grado a grado, hasta que llegásemos a implementar toda la primaria y, después, la secundaria. Cada año era un nuevo reto.
La idea matriz estaba clara, pero había que llevarla a la práctica con los alumnos. Así, se propusieron las actividades artísticas (presentaciones semanales preparadas por los alumnos y alumnas para presentar ante todo el colegio), el juego libre, sesiones de psicomotriz diarias, talleres de arte —propuestos y elegidos por los propios alumnos—, los experimentos, la exposición de trabajos libres frente a todo el colegio —trabajos de indagación que los alumnos realizaban sobre cualquier tema que les llamara la atención—, entre otros. También participábamos en los desfiles escolares de fiestas patrias, pero lo hacíamos de manera diferente: no se trataba de pasos marciales, ni de utilizar la vara en el cuerpo de los alumnos para que levanten las piernas de forma coordinada; más bien, era un desfilar acorde a la naturaleza misma de los niños y niñas, con la presencia alegre de sus piruetas y de sus juegos, acompañados de pelotas, bandas, llantas, pompones y todo aquello que conformaba su mundo infantil (FOTO DE LOS DESFILES) ; también se realizaban actuaciones por el día de la madre o del padre, así como clausuras . Y, cuando estas se daban, el colegio se detenía por completo para organizar estas presentaciones, ya que había un solo requisito, que participaran todos y todas, porque “todos los alumnos y alumnas pueden hacerlo”, nos animaba nuestra querida directora Silvia Bravo.
Todo esto nos inyectaba energía para ser creativos y tener ganas de cambiar una educación aburrida, insulsa, que alejaba a las personas de la escuela con sus repeticiones, imposiciones, premios o castigos —aunque algunos profesores y los amigos salvaban la escuela, ya que ella es un espacio natural de convivencia—, así como a plantear actividades con esa mística.
Es en este contexto, con el paso de los años, llegó el momento de dictar el curso de Filosofía, dirigido a los últimos grados de secundaria. Con entusiasmo asumí el reto. Lo primero que se me vino a la cabeza fue mi experiencia del curso durante la etapa escolar: la recordaba un poco aburrida e insípida. Revisé el programa y los textos escolares y terminé convencido de que eso era lo único que no iba a hacer, porque se trataba de hacer una “ historia de la filosofía” , lo cual me parecía absurdo por dos razones. La primera: cada filósofo es un mundo, tiene un grado de riqueza y complejidad que —para comprenderlo— supone leer atentamente sus textos básicos (como mínimo), lo cual era poco probable con los chicos por el tiempo y por encontrarse en etapa de formación. Deseaba que se deleitaran con la filosofía, y no expulsarlos de ella con textos que probablemente sean muy complejos. La segunda razón tenía que ver con lo que normalmente se hacía (o se sigue haciendo): se intentaba transferir información a través de una síntesis del pensamiento de cada filósofo, la frase más conocida —como “conócete a ti mismo”, “solo sé que nada sé” o “pienso luego existo”—, lo que me parecía muy mecánico y reduccionista; además, no le encontraba sentido, porque se trataba de una cuestión memorística, poco creativa y con poco margen para la reflexión y discusión. Me desanimaba hacer un curso así, sobre todo por los chicos y chicas.
Es así que me encontraba en búsqueda de una alternativa para este curso. Eran épocas efervescentes —propias de nuestra juventud— en las que transitábamos por las ciencias sociales, la filosofía, la educación, la política y el mundo en general; todas ellas eran parte de nuestras preocupaciones y discusiones académicas y cotidianas. En esa aventura del vivir intensamente, fui conociendo a distintos maestros y también a Sócrates, que siempre me llamó la atención por el método que utilizaba para relacionarse y conducir al otro hacia la “verdad”; me parecían muy curiosas las preguntas que hacía, la forma y la precisión con las que las formulaba y cómo iba conduciendo al interlocutor por un determinado camino, que para muchos es un motivo de crítica por el grado de manipulación que esta puede tener. Sin embargo, para mi práctica pedagógica me resultaba interesante, porque no quería ser el profesor que llegara a clases y lo diera todo, sino que, junto con los chicos y las chicas, ir construyendo el camino de lo que se quería conocer, y en este andar conjunto —entre preguntas y respuestas— uno se podía “perder” por caminos inusitados, que así lo pensaras mil veces, era muy poco probable que lo hubieras podido descubrir para ponerlo en tu programación. Y esa era la potencia que sentía en la reflexión conjunta.
Por otro lado, es cierto que las preguntas eran un gran medio para cuestionar el mundo y, en este caso, la pregunta era ¿qué parte del mundo había que cuestionar?. Tratándose de un curso de Filosofía, me pareció importante empezar por los grandes problemas filosóficos o humanos: aquellos que tienen que ver con la naturaleza humana —como ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?— con la perspectiva existencial, —¿por qué y para qué existimos?, ¿qué sentido tiene vivir?—, con la ética —¿cuál es la mejor forma de vivir o convivir?— o, en general, con la estética, el amor, la religión, la política, entre otros.
Y así empezamos a pensar a partir del cine, la literatura, el arte, las noticias, lo cotidiano, es decir, todo aquello que nos generara curiosidad y preocupación por el tema. Recuerdo que en esos años se estrenaba la película “La sociedad de los poetas muertos” y fue estupendo todo lo que pudimos reflexionar acerca de esa película: sobre la época, la forma como se relacionaban los personajes, la vestimenta que llevaban los alumnos ( muy similar a la de muchas escuelas en la actualidad), el rol de los maestros y todo lo que tenía que ver con la educación, siendo esta película un referente para contrastarla con su misma educación, que sería uno de los objetivos que buscaría a lo largo del curso : contrastar las ideas sobre los distintos temas con su (y la) realidad. También con esta película reflexionamos sobre nuestras motivaciones de vida, sobre la libertad para opinar, actuar y poder elegir el rumbo que uno desee darle a su vida, y eso, a partir de la historia trágica de Neil Anderson, aquel muchacho con un destino unidireccional —trazado por su padre— que era distinto a su pasión: el teatro.
En el colegio todos nos conocíamos. Se sentía un espíritu comunitario, sea por la pequeñez de su población o porque gran parte de las actividades las realizábamos en conjunto, con todo el colegio en pleno. Debido a ello podíamos tener actividades literarias sobre Vallejo, analizando y declamando algunos de sus poemas —como Masa— o algún cuento de Arguedas —como la “Agonía del Rasu-Ñiti”, que terminó con una gran parte de los alumnos aprendiendo la danza de las tijeras, creando sus propias vestimentas, sus propios cuentos y poemas—. Ese era el mundo del JLB.
Este era el contexto donde empecé esta linda aventura de compartir la reflexión filosófica con los alumnos y las alumnas; un ambiente cultural muy rico, donde pudimos beber de la literatura, el arte y la ciencia para nuestra reflexión filosófica. Analizábamos y discutíamos poemas, cuentos, canciones, sin que tengamos que llegar a una conclusión determinada, pues todas las opiniones eran válidas: en el transcurrir del diálogo y de las preguntas se iban disipando —en silencio— las dudas y certezas que cada uno tenía y nos apropiábamos de nuevos pensamientos.
Con el paso del tiempo el curso de filosofía fue tomando una determinada forma, siempre flexible e interactuando entre sus partes, pero si se podía distinguir una parte introductoria y el desarrollo de cuatro problemas filosóficos, uno por cada bimestre académico. La parte introductoria se refería a la actitud que debería guiarnos a lo largo del curso y para ello la idea de punto de vista me pareció genial desarrollarla. ¿Qué significa decir: “ desde mi punto de vista…”? , para explorar esta pregunta, se me ocurrió hacer un ejercicio con un cubo al que le pegaba papel de color azul a cuatro de sus caras y dos colores diferentes a las otras; recuerdo que nos reuníamos en semicírculo y al centro iba el cubo cubierto de una tela para que no lo vieran y empezaba preguntando ¿ qué habrá debajo de la tela, de qué material será …?, y los alumnos siempre daban con la respuesta por algún detalle particular y procedía a descubrirlo con la siguiente pregunta ¿de qué color era el cubo?, y cada quién señalaba el color que veía, que era azul mayoritariamente, aunque surgían algunas voces que decían ver otro color o dos colores a la vez y así se empezaba la discusión y la relación con la idea de “punto de vista” , concluyendo finalmente que literalmente “es el lugar de donde uno ve el objeto (o la problemática, para ir más allá) ”, es el lugar de donde uno opina, también. Y una de las siguientes preguntas a discutir era ¿Cómo podemos ver el objeto o problemática en su totalidad? Y las respuestas eran múltiples, moviéndonos de lugar, mirándolo por todos lados, preguntando, dialogando y escuchando lo que nos dicen los otros y así se abría la discusión para finalmente concluir que para acercarnos al conocimiento de un objeto o problemática, tenemos que tener apertura para escuchar y dialogar con los otros, ver por qué lo dice, quién lo dice, en fin, buscar pensar y aprender en conjunto, que era finalmente la actitud que requeríamos para poder crecer como personas y en el curso. La discusión la matizábamos con la lectura de “Goig”, ese tierno cuento de Bryce y Dueñas, que es narrado desde el punto de vista de un perro, distinto al de su dueño y de las personas que lo circundaban. También utilizaba imágenes como la “Relatividad” de Escher o situaciones cotidianas que nos daban la posibilidad de evaluar y pensar qué sentimientos, intereses, motivaciones hay en aquel que dice algo y cómo debíamos tomarlo nosotros. Esa era la actitud que intentábamos tener para nuestra práctica filosófica : mente abierta para el análisis, la crítica, la creatividad y para nuestras reflexiones finales.
Como parte de la introducción, veíamos de forma general qué es y de qué trata la filosofía y nos quedábamos con algunas ideas básicas. La filosofía es una forma de vivir, de ver el mundo y nuestras vidas de distintas maneras a través de cuestionarlo (preguntas) y búsqueda de soluciones . Y la segunda idea básica, que la filosofía trataba sobre todo problemas que no tenían consenso, acuerdo en su solución por la complejidad humana que contienen los mismos. De allí para delante, nos metíamos de lleno a discutir los principales problemas filosóficos. Empezábamos por la Naturaleza Humana, donde examinábamos y discutíamos cómo somos y por qué somos así, si éramos buenos o malos por naturaleza o el ambiente nos moldeaba nuestra personalidad. Para este ejercicio, me parecía sugerente la película “ Dr. Jeckyll y Mr. Hide ” basada en la novela de Robert Stevenson , cuyo protagonista es el eterno Michael Cain, representando el papel de un médico que en búsqueda de los límites de la condición humana y que experimentaba con una droga que hacía exacerbar ese prurito de violencia e insania del ser humano. En algunas oportunidades leíamos la novela y la comparábamos con la película y nos dábamos cuenta de los límites a la imaginación que plantean las películas y también nos permitía hacer un análisis sobre una misma interpretación de los hechos narrados en la novela. Otra de las películas que veíamos es “El señor de las moscas “(y a veces también leíamos la novela) o ampliando la exploración de la naturaleza humana, podíamos ver “Tiempos Modernos” de Chaplin, que nos llevaba por los caminos de la automatización, de la miseria y los más nobles sentimientos de Charlotte.
Eran épocas en donde te podías detener un poco, la vida no era tan acelerada, recién se difundía el fax y los efectos especiales, las luces, los colores y la rapidez no era lo central en el cine, siendo una buena oportunidad de reflexionar también viendo cine clásico (o de culto) con muy buenas posibilidades como para ensayar una mirada sociológica de la vida cotidiana con “La Ventana Indiscreta “ de Hitchcock o exacerbar la sensibilidad hacia el otro con alguna película del neorrealismo italiano como “Roma, Ciudad Abierta” o “ Ladrón de Bicicletas”, entre múltiples posibilidades.
Entre película y película podíamos leer un cuento de Tolstoi , Chejov o de Julio Ramón Ribeyro que matizaban la discusión y también nos permitía seguir abordando los temas en menor tiempo que al ver una película . El tiempo era algo que siempre estaba en contra, felizmente en nuestra escuela en esa época, eso era bastante flexible y la dirección, las profesoras y profesores eran bastante generosos con estas iniciativas.
En el segundo bimestre, iniciábamos “oficialmente” el segundo problema filosófico , “ La Ética” , que tenía como discusión central : ¿Cuál era la mejor forma de vivir en comunidad o de convivir ?. La exploración obligada era acerca de la libertad en sus distintas dimensiones, por ejemplo la libertad individual. Para la libertad individual una película que marcó era la “Naranja Mecánica” (dependía de las características y la aceptación del grupo para ponerla) y el análisis era minucioso ¿Por qué actuaban violentamente? ¿Cuánto influye la familia en ese comportamiento? ¿Es correcto el tratamiento qué le dieron a Alex? y un conjunto de preguntas que nos hacía reflexionar sobre los límites de nuestro comportamiento, las posibles motivaciones, qué hacer con este tipo de personas hasta la discusión sobre lo que significaba en nuestras vidas el condicionamiento clásico de Pavlov.
Otra opción, un poco más cercana y romántica, para discutir sobre la libertad, era “ Corazón Valiente” que nos trasladaba a escenarios históricos, con unas campiñas hermosas en donde se producían las más bárbaras violaciones a la integridad humana para el sometimiento y por la libertad del pueblo escocés . Aparte de la barbarie, algo que llamaba la atención de los chicos y chicas, eran las leyes que se promulgaban como el de la “primera noche”, esos privilegios que se concedieron a los nobles ingleses sobre las mujeres escocesas pobres en su primera noche de matrimonio.
Cuánto aprendí y me conmoví con los comentarios y la sensibilidad de estos chicos y chicas, que vibraban con estas películas o con “El Pianista” cuando discutíamos sobre Ética y Derechos Humanos y en algún extremo “El Dormilón” de Woody Allen o con “Hable con ella “ de Almodóvar para ver situaciones éticas en relación a la vida de las personas o algún poema de Brecht como “Carbón para Mike”, aquel poema sobre un guardavía “muerto pero no olvidado” por trabajar en los trenes carboneros de Ohio y en solidaridad sus compañeros le arrojaban un carbón todas las noches a su viuda que estaba en la miseria, la pregunta: ¿era ético ese regalo que le daban a la viuda considerando que el carbón era de la compañía? ¿qué valioso era el carbón en la época? La discusión era muy intensa e interesante y también nos sirvió para ir pensando una filosofía integrada a las otras ciencias, conociendo las propiedades de los minerales, la tecnología, la economía, la vida y costumbres de las personas en cada época. Por otro lado, siempre estaban presentes los casos de la vida real, por ejemplo discusiones sobre el aborto, pena de muerte o aquellas situaciones cotidianas que tenían que ver la contraposición de derechos como los de piratería de películas o libros ( derecho a la cultura vs derecho de autor) o las rejas que comenzaron a proliferar para bloquear el tránsito de las calles por seguridad de un vecindario (seguridad vs libre tránsito) y poco a poco nos esforzábamos para encontrarle algunas pistas de solución a estos problemas.
Las reflexiones sobre estos problemas éticos nos llevaron a discutir cómo sería mejor forma de convivir en la escuela e ir estableciendo acuerdos en el aula, que después se complementaban con discusiones con otros profesores, profesoras y algunas experiencias pedagógicas en otras escuelas. Esta dinámica nos llevó a darle más énfasis a la convivencia en el aula, a establecer nuestras reuniones de convivencia donde hasta la actualidad se discuten y resuelven las propuestas y problemas que pueden presentarse en el aula y la escuela en general.
La idea era establecer una nueva forma de relacionarnos, donde nuestras acciones y normas tenían que beneficiar a la comunidad (alumnos, docentes, personal y padres ) tratando de tomar en cuenta todas estas perspectivas, de manera democrática, donde la idea de la “obediencia al superior” se fue dejando de lado por un compromiso con nuestros compañeros y compañeras con el ánimo de regularnos cada uno, autorregularnos y tratar de cumplir las normas elaboradas por todas y todos nosotros . Es así, como se va construyendo la democracia en la escuela que nos sirve en la actualidad para regular nuestras acciones cotidianas, como por ejemplo, la distribución equitativa de los campos en los descansos ( donde las mujeres también tengan los mismos derechos) hasta regular el enamoramiento en la escuela y el uso de celulares que en muchos lugares simplemente están prohibidos y “obliga” a que sus alumnos y alumnas lo que tengan que sacar a escondidas, como suele suceder con la mayoría de prohibiciones que no tienen un mínimo de discusión.
Otro de los problemas filosóficos era el existencial, ¿qué sentido tiene la vida? ¿Qué sentido le podemos dar a nuestras vidas? La respuesta era común a esta pregunta, ser felices era la máxima, el problema era saber ¿qué significaba ser felices?, obteniendo muchas veces otra máxima “tener dinero”, entonces la pregunta siguiente era ¿todos los millonarios son felices?. Ahí empezaba con mayor intensidad la discusión, llegando a la conclusión de que el dinero era importante para tener las comodidades que cada uno quisiera tener pero habían otros aspectos igual o más importantes como el amor, la familia, nuestros gustos, quehaceres, anhelos, en fin. era larga la lista.
Esta discusión la profundizábamos con algunos textos como “El Hombre en busca de Sentido” de Víctor Frankl, que cuenta su experiencia en campos de concentración que le permitió observar y sistematizar su estudio sobre las distintas motivaciones o propósitos que le dan sentido a la vida de las personas. También fue importante la lectura de algunas cuentos y novelas como “Sidartha” o “Demian” de Hermann Hesse o clásicos como “El Extranjero” , “El Túnel” o “La Tregua” de Benedetti.
Las películas seguían siendo un buen móvil, era el medio ideal para recrear y volver concreta para todos una situación que incentivaba el diálogo y la reflexión como por ejemplo: “Casablanca” esa inolvidable película con Ingrid Bergman y Humphrey Bogart o podían escoger también “ Ciudadano Kane” esa película de Orson Welles, aquel millonario solitario precursor de la prensa amarilla que nos deja retumbando la palabra “rosebud” que era la marca del trineo con el que jugaba cuando era niño. Otras películas que marcaron fueron “ Una jornada particular” o “Nos habíamos amado tanto” ambas de Ettore Scola o más recientes como el musical “Billy Elliot”, La vida es bella” o “Martín ( Hache)” . En algunos temas eran tantas las posibilidades que una de las dinámicas más utilizadas era plantear tres películas para que escojan los alumnos y alumnas alguna de ellas o dividirnos en tres grupos para ver las tres películas , después, compartirlas y discutirlas todos juntos.
Estas reflexiones eran importantes para los alumnos y alumnas porque les permitía indagar o afirmarse por sus propias motivaciones, gustos y posibilidades para tomar su rumbo al salir de la escuela.
Finalmente, el último problema a tratar era escogido por los alumnos entre una serie de posibilidades como el amor, la política, la religión o la estética. Los temas más escogidos eran el tema del amor o el de la religión que se trataba con la misma dinámica de observar algunas películas, cuentos, novelas. canciones y noticias.
Con el paso de los años, esto se fue profundizando, ampliando e integrando con otras áreas. Se sumaron más personas a este proyecto y se fue bebiendo de otras experiencias de enseñanza filosófica del mundo. Y, en la actualidad, estamos trabajando Filosofía con Niños desde la Educación Inicial hasta el final de la Secundaria, en donde están inmersos todas las docentes, gente joven con nuevas dinámicas y anhelos.