¿Debemos enseñar filosofía en la escuela desde inicial y primaria?, ¿tendrá algún fin?, ¿podemos enseñar a pensar?, ¿será necesario?, ¿será posible? ¿no sería acaso más sencillo decirles a los estudiantes cómo deben hacer las cosas? Hay un sinfín de preguntas que podrían surgirnos al respecto.
Hace algunos años hubiese contestado que tal labor era demasiado complicada. Pero luego de mi primera experiencia con la enseñanza de la filosofía en primaria, y siendo testigo directo del cambio que generó en los chicos, al cabo de un año de trabajar con ellos, mi visión se tornó mucho más optimista. Actualmente considero que es necesario, es un deber, una necesidad indispensable ofrecerles a los niños las herramientas requeridas para que desarrollen su pensamiento, aprendan a discernir, a flexibilizar sus ideas, a no avergonzarse por preguntar constantemente, a desarrollar su pensamiento crítico y autónomo, y no dejarse llevar por lo que dicen los demás. Nuestro objetivo como maestros debe ser contribuir a la formación de individuos que puedan contrastar ideas, que piensen con libertad, y sean responsables, respetuosos, autónomos, poseedores de un espíritu que permanezca en constante actitud de asombro y curiosidad.
Con el transcurrir del tiempo fui conociendo algunos filósofos que apuestan por la educación filosófica en los niños, con libros, novelas y manuales que nos plantean situaciones específicas, a través de historias que ayudan a analizar, ejemplificar, reflexionar, argumentar, entre otras cosas y así desarrollar el pensamiento en los alumnos. Luego de revisar los diversos materiales disponibles, con el equipo del colegio donde trabajo, creímos conveniente utilizar instrumentos como cuentos, vídeos, imágenes, historietas, poemas, pinturas, canciones, entre otras herramientas que nos ayudan a que el niño despierte su curiosidad, se asombre y quiera seguir ese viaje sin rumbo definido que lo lleva a descubrir nuevas cosas y a seguir preguntándose.
La tarea es bastante difícil. Tradicionalmente la escuela tiene el fin de transmitir al niño ciertos conocimientos que en muchas ocasiones no están ligados a su real interés. El profesor se ve forzado a generar respuestas que el niño debe aprender, de tal manera que, sin proponérselo, va desgastando la espontánea y mágica curiosidad que ellos poseen.
Es necesario mantener la curiosidad innata durante toda la vida, y no perder la capacidad de asombro, el sorprenderse y preguntarse. Es labor de los profesores aventurar a sus alumnos desde muy pequeños al arte de preguntar, perder el miedo a realizar una pregunta y que ésta los lleve a otra sin el apremio por la respuesta correcta, y así continuar preguntando y aprender del error, entablar un diálogo que los ayude a continuar en esta búsqueda. De esta forma lograremos que el niño sea creador de su propio conocimiento ya que como Freire dice, el verdadero saber se da cuando hay invención, reinvención y una búsqueda constante. Así aprende tanto el profesor como el alumno, y juntos van creciendo como personas.
Definitivamente queda claro que la curiosidad incentiva la creatividad, la reflexión y la investigación. Que el saber enseñar no es transferir conocimientos, sino crear las posibilidades para su propia construcción, y la manera de aprender es enseñando, y “la única manera de enseñar es aprendiendo” (Freire y Faundez 2018). La mejor práctica de lucha por la educación es vivirla en nuestra práctica; no hay receta mágica, una forma específica y única de aprender, lo importante es que cada uno encuentre la forma para sí mismo. Y la filosofía es una forma de afirmar la vida a través de la búsqueda constante, el brindar diferentes herramientas, el permitir ser, propiciar el diálogo, la reflexión, entre otros.
Nuestra labor como docentes es ser agentes de cambio y (trans)formación, ayudar a dar una mirada objetiva, brindar herramientas para el análisis de estas ideas, de tal manera que el niño logre contrastar, justificar, defender sus puntos de vista y si lo ve necesario reformular sus ideas. Sobre todo debemos incentivar la curiosidad y las ganas de seguir investigando. ¿Será posible?, ¿estaremos logrando intervenir en el mundo de la forma adecuada?, ¿habrá una manera adecuada?
Cada vez somos más los docentes interesados en el tema. Sin embargo, en ocasiones es difícil desarrollar esta educación filosófica en escuelas aún tradicionales. ¿Será posible que todos perdamos el miedo a enseñar filosofía desde temprana edad?, ¿será que la filosofía la enseñamos o es que la aprendemos juntos?, ¿será que la filosofía y los niños pueden enseñarnos algo a nosotras, las maestras?¿será que la escuela logrará cambiar un modelo de simples contenidos por uno que contenga grandes búsquedas?Referencias
Freire, Paulo. 2006. Pedagogía de la autonomía. México D.F.: Siglo XXI Editores.
Freire, Paulo y Antonio Faundez. 2018. Por una pedagogía de la pregunta. México D.F.: Siglo XXI Editores.