En este artículo vamos a tratar de discutir la (des)obediencia en las relaciones que se establecen entre los adultos y los niños, niñas y adolescentes en el ámbito de la familia, la escuela y la sociedad. Esto es, lo que comúnmente conocemos como disciplina.
La disciplina en nuestra sociedad, como forma de regular el comportamiento de las personas, transita normalmente de forma dicotómica entre la obediencia y la desobediencia. Muy pocas veces se establecen relaciones de forma consensuada y armónica que consideren las necesidades de ambas partes y establezcan compromiso entre ellas. Este tipo de disciplina se presenta como una relación de poder entre autoridad y subordinado, donde el primero tiene ventajas sobre los recursos frente al otro y, por lo tanto, puede ordenarle u obligarlo a cumplir ciertas normas y costumbres de forma autoritaria.
Esto sucede normalmente en las familias donde los padres o madres esperan que su hija o hijo les haga caso de forma inmediata, sin expresión de causa, sin chistar, como escuchamos frecuentemente al sondear la opinión de los padres al respecto. De igual forma sucede con los maestros en la mayoría de las escuelas: ellos esperan y cultivan obediencia otorgando premios o sanciones según el cumplimiento de sus indicaciones, normalmente ligadas a las calificaciones.
Y qué decir de nuestras autoridades de gobierno, que en esta pandemia, quisieron apelar al cuidado de uno mismo y del otro y, al darse cuenta que la población no respondía a esto (porque no está acostumbrado a este tipo de discurso y relación), tuvo que ir progresivamente radicalizando sus medidas con un severo toque de queda con policías y soldados en las intersecciones principales, multas altísimas a personas y autos que transitaban sin permisos, restricción de días de salida de hombres y mujeres para hacer las compras, etc. De esa manera, fueron acortando el día con toques de queda y otras acciones represivas que no funcionaron (se pedía pena de cárcel, cámaras en las calles…), porque la gente, desde los 30 o 40 días (o antes) se comenzó a lanzar cada vez más a las calles y esto se le fue de las manos al gobierno, hasta que no tuvo otra opción que levantar la cuarentena porque la gente ya se había desbandado y no respetaba esas restricciones.
¿Qué pasa cuando te quieren imponer una acción que tú consideras inadecuada o injusta utilizando la fuerza de los castigos y/o sin escucharte?
Lo normal es que te rebeles o no la cumplas, que apenas la autoridad se dé la vuelta o descuide, las personas transgredan sus órdenes y hagan lo que consideran adecuado, siendo muchas veces actos irreflexivos, que responden una rebeldía negativa, esa que va contracorriente y que se genera por este tipo de relación autoritaria, poco efectiva, que encima es perjudicial a la persona porque la obliga a ser deshonesta, a mentir y también la daña o resiente cuando la descubren y le aplican el castigo.
¿Cómo podríamos establecer una relación o disciplina más adecuada?
Desde nuestro punto de vista, la forma más adecuada es la humana, que consiste en el diálogo, el escucharnos, la reflexión y la comprensión mutua, donde se puedan establecer acuerdos a partir de entender las necesidades de las personas, que nos lleven al autocontrol o autorregulación.
Erich Fromm señalaba que si de obediencia se trata, habría que buscar aquella que responde a mi propia razón o convicción, a diferencia de la sumisión a la de otros:
La obediencia a una persona, institución o poder (obediencia heterónoma) es sometimiento; implica la abdicación de mi autonomía y la aceptación de una voluntad o juicios ajenos en lugar del mío. La obediencia a mi propia razón o convicción (obediencia autónoma) no es un acto de sumisión sino de afirmación. Mi convicción y mi juicio si son auténticamente míos forman parte de mí. Si los sigo, más bien que obedecer el juicio de otros, estoy siendo yo mismo; por ende la palabra ‘obedecer’ solo puede aplicarse en un sentido metafórico y con un significado que es fundamentalmente distinto del que tiene en el caso de la ‘obediencia heterónoma’ (Fromm, 2011, p. 15).
En ese sentido, la disciplina o la forma más adecuada de relacionarnos sería a través de la comprensión en todo sentido: que ambas partes puedan expresar sus necesidades, escucharse, reflexionar y establecer de forma democrática sus soluciones, de forma que ambas partes sean satisfechas, las hagan suyas y puedan autorregularse, autocontrolarse, y cumplir estos compromisos.
Para el ejemplo de la pandemia, si se hubiera podido escuchar a la gente que empezó a salir de su casa en plena cuarentena o si se hubieran puesto en su lugar, las autoridades hubieran podido entender que esas personas no lo hacían por desobedecer las normas arbitrariamente, ni por ser indisciplinados, sino por cuestiones de subsistencia, por falta de agua, hacinamiento… en síntesis, por hambre. Así, las medidas podrían haber sido distintas y efectivas.
Lo mismo sucede con las relaciones en la familia o escuela donde no se escuchan a los niños, niñas o adolescentes y solo se les quiere imponer lo que los padres o maestros desean por ser las autoridades, mientras el preguntar, cuestionar o contradecir son considerados como faltas de respeto. Por ello se considera a la adolescencia como una etapa conflictiva, de rebeldía negativa, lo cual consideramos un mito porque los y las adolescentes, debido a su desarrollo neuropsicológico, ya pueden discernir entre lo adecuado o justo, y expresan su disconformidad con convicción.
¿Cómo superar esta dicotomía de obediencia y desobediencia?
Al explorar esta pregunta vamos a plantear dos aspectos de ella: el primero es cómo romper la idiosincrasia de la población que considera que la forma correcta de disciplinar debe ser de tipo autoritaria, con el uso de mecanismos externos a la persona, y la transmite de generación a generación. El otro aspecto es cómo hacer para superar esta dicotomía de blancos y negros y poder ver los grises que se presentan en cada relación humana y llegar una convivencia armónica.
Referencias bibliográficas:
Fromm, Erich. 2011. Sobre la desobediencia. Barcelona: Paidós.