En el 2017, un colectivo de madres, padres, docentes y líderes de opinión salieron a las calles a protestar contra la inclusión del enfoque de género en el Currículo Nacional de Educación Básica. La agrupación avivó diversas polémicas, una de ellas referente al ambiente al que pertenece la educación en sexualidad. A través del mensaje “La educación de mis hijos es mi responsabilidad”, un segmento de la población refería que esta tarea correspondía a padres y madres dentro del hogar. Por el contrario, el gobierno y sus adeptos rescataban la importancia de incorporar la Educación Integral en Sexualidad (EIS) como parte de la agenda de la escuela. Esta discrepancia se basa en distintas concepciones sobre la sexualidad, la cual es frecuentemente reducida a la idea de sexo. En realidad, el concepto abarca un universo más amplio que el de las relaciones sexuales: incorpora aspectos biológicos, cognitivos, afectivos y comunicativo-relacionales. Esta dimensión de la identidad humana se hace presente en las relaciones interpersonales, la construcción y mantenimiento de roles y estereotipos de género, las expresiones de violencia de género, la interpretación del propio cuerpo y las decisiones que tomamos para procurar su salud y bienestar. En vista del sinnúmero de tópicos con los cuales se relaciona, es difícil pensar que pueda ser completamente excluida de cualquier espacio. Así, en un contexto como el de la escuela, es posible argumentar que los discursos en torno a la sexualidad se encontrarán inevitablemente inmersos en ella.
Pensemos en las protestas del año 2017. Sus representantes pretendían mantener ciertos mensajes sobre sexualidad al margen de las instituciones educativas, por medio de la eliminación de contenidos del Currículo Nacional de Educación Básica. No obstante, este propósito omite el reconocimiento de que existen fuentes “no oficiales” de aprendizaje acerca de sexualidad en la escuela. Una de ellas es aquello que George Posner, en su análisis del currículo, denomina como el currículo nulo: los componentes deliberadamente excluidos de los documentos formales o currículo oficial. Tan relevante como analizar al último, resulta indagar sobre lo que no está escrito, dado que su omisión intencional implica una valoración sobre el rol que cumple en la formación escolar. En el caso de la Educación Integral en Sexualidad, cuando forma parte del currículo nulo, se evidencian actitudes implícitas de rechazo, desvalorización e incluso secretismo hacia la materia. Adicionalmente, debido a la carga cultural que acarrea la sexualidad, su exclusión de los documentos oficiales contribuye a perpetuarla como un tema tabú: prohibido, oculto y con connotaciones negativas. Así, la omisión intencional de un contenido del currículo oficial, lejos de evitar que se encuentre presente en la escuela, comunica distintos mensajes, actitudes y valoraciones que componen fuentes “ocultas” de aprendizaje.
Además del análisis de las dimensiones escritas del currículo, es pertinente indagar sobre aquello que sucede en las áreas físicas y simbólicas de la escuela. Con tal fin, Posner designa el currículo oculto como las actitudes, valores, creencias y opiniones que cohabitan en el ambiente educativo. Al ahondar sobre estos elementos, podemos encontrar significados comunicados a través de comportamientos, acciones o decisiones. Por ejemplo, una institución donde los cargos administrativos son ostentados exclusivamente por hombres envía un mensaje “no oficial” sobre equidad de género. De la misma manera lo hacen las frases como “siéntate como señorita” o “los niños no lloran” enunciadas en las aulas. El discurso en la escuela trasciende a los documentos oficiales, lo cual permite que, incluso bajo normas restrictivas en relación a la sexualidad, el tema encuentre cabida en la escuela. A pesar de ello, cuando se prescinde de espacios de reflexión y diálogo al respecto, el estudiantado recibe solo mensajes implícitos, cargados de valoraciones personales e incluso falaces, y no cuenta con oportunidades para cuestionarlos o replantearse ciertos supuestos.
Mientras la Educación Integral en Sexualidad no se aborde de manera deliberada en la escuela, continuará siendo equiparable al aprendizaje que puede ocurrir en las casas. Sin embargo, la EIS debe diferenciarse a través de dos propiedades clave: la proveniencia de la información y el foco sobre los conceptos, habilidades y actitudes. La primera característica implica que los facilitadores cuenten con información científica y actualizada, a la vez que conozcan prácticas exitosas de educación en sexualidad. De lo contrario, se incrementa la probabilidad de brindar datos erróneos o matizados por creencias, ideologías o experiencias personales. Un ejemplo común es la presentación de la abstinencia como único método anticonceptivo, debido a justificaciones religiosas. Esta afirmación es falsa, puesto que la abstinencia es solo un representante de las múltiples opciones disponibles. Esta selección de información responde a un juicio valorativo realizado previamente por el facilitador, quien reduce la autonomía de los alumnos para elegir entre distintas alternativas, conociendo los potenciales beneficios o perjuicios de cada una. Para evitar escenarios como el descrito, se requiere un trabajo reflexivo igualmente importante durante la formación como la práctica docente. Ambos ámbitos son esenciales para reforzar el abordaje de una EIS basada en evidencia.
Una segunda cualidad que debe distinguir al aprendizaje en la escuela es el enfoque en las habilidades y actitudes, además de los conceptos. Si bien existen componentes teóricos fundamentales de la EIS -como el adecuado nombramiento de los genitales, los procesos de ovulación y fecundación o las diferentes enfermedades de transmisión sexual- su propósito consiste en servir como base para el desarrollo de habilidades y actitudes. Con relación al contenido procedimental, se centra la atención en los procesos de toma de decisiones y las habilidades para la comunicación asertiva, lo cual implica el uso del pensamiento crítico. De manera sintónica a la tendencia de aprender a aprender, la Educación Integral en Sexualidad busca presentar las opciones disponibles y brindar las herramientas necesarias para que los estudiantes se ocupen de discernir entre ellas. Con miras a ese fin, se requiere acompañar a los alumnos a realizar una introspección personal para detectar los valores personales, el plan de vida y las decisiones coherentes con él. Luego, es necesario reforzar el proceso de toma de decisiones premeditadas y la práctica de estrategias de comunicación asertiva para hacer frente a las presiones sociales.
Por otro lado, respecto a las actitudes, se espera que los alumnos sean críticos respecto a temas imperantes como la inequidad, discriminación y violencia. La Educación Integral en Sexualidad contempla espacios de reflexión que permitan constantemente repensar, afirmar o replantear supuestos previos. Ello implica también cuestionar al interlocutor, cuyas palabras no se tomarán como certeras solo por el título de quien las enuncia. El temor frente a una educación en sexualidad que “transmita o implante ideologías” olvida esta característica fundamental de la EIS que pretende educar alumnos autónomos con agencia en sus procesos de aprendizaje.
La formación de personas de pensamiento autónomo, críticos de su entorno, capaces de tomar decisiones informadas y de confrontar situaciones de violencia en la sociedad es -o debería ser- uno de los objetivos de cualquier institución educativa. La Educación Integral en Sexualidad comparte diversas líneas de acción con las labores que ya se realizan en las escuelas y puede ser insertada de manera transversal a cursos y políticas existentes. Discutir sobre el respeto y la tolerancia hacia la diversidad sexual forma parte del eje de prevención frente al acoso escolar y la discriminación; mientras que la reflexión sobre los roles, estereotipos y expectativas de género nos orienta hacia la construcción de una sociedad más justa y equitativa. Los contenidos de la EIS se encuentran interconectados con aspectos inherentes al contexto escolar; por ello, una escuela que persiga una formación integral necesita abordar todas las dimensiones del desarrollo personal incluyendo, con especial relevancia en nuestro contexto, a la sexualidad.