Particularmente este año, debido a la pandemia, todos nos hemos visto forzados a repensar cómo celebramos diferentes ritos, entre ellos, las fiestas patrias. En los años ordinarios, las fiestas patrias eran sinónimo de desfiles militares y escolares que emulan a los primeros, escarapelas, banderas y música criolla. Estas prácticas usuales, de las que la mayoría ha participado, no suelen llamar nuestra atención. Asumimos que celebrar y rememorar nuestra independencia pasa por estos rituales y muestras de patriotismo, al punto que tales nos pueden parecer atractivas o entretenidas. Sin embargo, si tomamos un paso atrás, nos surgen algunas preguntas: ¿por qué celebramos fiestas patrias?, ¿qué implica celebrar las fiestas patrias con prácticas similares?, ¿esa es la manera en que queremos celebrar nuestro país?, ¿qué otras cosas quisiéramos hacer?
Como veremos, estas cuestiones son en el fondo éticas, ya que tienen que ver con nuestra forma de comportarnos y vincularnos con los otros y el mundo. Creemos que este tipo de preguntas deberían ser incluidas en el espacio de la escuela. La educación ética no debería consistir en la transmisión mecánica de contenidos predeterminados, sino en cuestionar y reflexionar sobre nuestras formas de vida, a nivel individual y colectivo. Se debe (re)conocer nuestra situación real, nuestro contexto, además de dialogar los unos con los otros para reflexionar juntos sobre lo que queremos ser, así como de las transformaciones necesarias para lograrlo.
Al reflexionar sobre las preguntas planteadas, y debido a que vivimos en un contexto altamente globalizado, encontramos dos alternativas: enfatizar nuestra pertenencia local, a un país, o a la aldea global, resaltando nuestro carácter universal como seres humanos. Nosotros defendemos una visión crítica y cosmopolita, pero, arraigada, frente a nacionalismos patrióticos-esencialistas e individualismos alienantes. Aquí nos alineamos a la propuesta de Cortina de un “cosmopolitismo arraigado”, la cual coincide con la propuesta de Appiah de balancear nuestra pertenencia local con la universal (Appiah 2019: 21). Según estas, debemos promover una conciencia universal que no trace límites duros entre pertenencias locales, a la vez que promover un compromiso y responsabilidad con nuestro entorno inmediato (Cortina 2003: 68).
Como sugiere Appiah, nuestra identidad es producto de la superposición de los diversos grupos identitarios (familia, vecindario, pueblo ciudad, país…) a los que pertenecemos, los cuales se extienden hasta cubrir a toda la humanidad (Appiah 2019: 20). Lo que nos hace únicos, entonces, es la combinación particular de nuestras distintas pertenencias (Cortina 2003: 6). Nuestra pertenencia local a determinada comunidad política es accidental, lo esencial es que todos somos humanos: esto es lo que hace que las diferencias no impliquen barreras impenetrables, sino que siempre hay semejanzas que nos conectan (Cortina 2003: 64). Sin embargo, las raíces locales son importantes “porque quien no aprende las lealtades concretas difícilmente aprenderá las cosmopolitas […] el ‘cosmo-politismo’ no se construye prescindiendo de las ‘poleis’ concretas, en las comunidades de pertenencia, sino desde ellas: no se construye eludiendo las diferencias, sino asumiéndolas” (Cortina 2003: 69).
Siguiendo este marco, al educar queremos evitar dos extremos: un localismo patriótico que solo aprecia los valores propios y un abstraccionismo universal que carece de sensibilidad y responsabilidad frente al contexto más cercano (Cortina 2003: 64). En el primer caso, nos enfrentaríamos a grupos cerrados, herméticos, que creen que solo sus principios y costumbres son válidos y se rehúsan a entrar en diálogo con otros. En el segundo caso, nos enfrentamos a individuos que en defensa de lo válido universalmente, ignoran el problema de la adecuación de estos principios a los contextos específicos y se muestran pasivos frente a circunstancias particulares que demandan respuestas del mismo tipo. Por eso, debemos educar a los niños de tal manera que reconozcan y balanceen sus obligaciones políticas inmediatas y las morales universales (Cortina 2003: 66). Los fuertes sentimientos de pertenencia de orden local existen, es mejor reconocerlos y encauzarlos, en vez de intentar negarlos y que, así, “degeneren en fundamentalismos intolerantes, e incluso violentos” (Cortina 2003: 67).
No podemos negar que en el contexto actual es necesario reivindicar tanto los valores cosmopolitas que aspiran a la universalidad e imparcialidad de nuestras obligaciones morales para con todos, humanos y no humanos, además de nuestro ambiente, así como los valores que reafirman nuestro compromiso y asunción de responsabilidad con nuestro contexto más cercano. Esto último posibilita nuestro sentimiento de pertenencia, además de concretar nuestra capacidad de hacer sentido, tener esperanza, cuestionar e intervenir en el mundo que nos rodea (Cortina 2003: 70). No obstante, tales lealtades locales tienen que tener un carácter abierto, dinámico y hospitalario con los otros (Cortina 2003: 70).
No creemos que esta reflexión ético-política debería restringirse a un par de días al año, sino que debería formar parte de nuestra actitud cotidiana. Sin embargo, pensamos que las fiestas patrias pueden ser una buena ocasión, un estímulo para esta reflexión sobre nuestro país y el mundo, la realidad que vivimos y nuestras posibilidades y deseos de transformarla. Cabe preguntarnos, a nosotros mismos y quienes nos rodean, a nuestras familias, amigos y maestros:
¿Qué celebramos en fiestas patrias: la independencia, soberanía, nuestra identidad?
¿Somos realmente independientes?
¿Qué significa ser peruano?
¿Queremos celebrar nuestro país?
¿Qué queremos hacer respecto a nuestro país (analizarlo, cuestionarlo, transformarlo…)?
¿Hay una sola respuesta a estas preguntas?
Si hay múltiples, ¿cómo las conciliamos y formamos un proyecto de país?
Referencias:
Appiah, Kwame Anthony. 2019. The Importance of Elsewhere In Defense of Cosmopolitanism. Foreign Affairs 98 (2), 20-26.
Cortina, Adela..2003. Educar en un cosmopolitismo arraigado. Revista Internacional De Filosofía 30, 61-70.